lunes, 14 de mayo de 2018

Retropost (14 de mayo de 2008): Concentraciones silenciosas



Hoy nos llega al personal de la Universidad de Zaragoza este mensaje:

Se comunica que a las 12 h. de hoy, miércoles, 14 de mayo, habrá una concentración silenciosa de 1 minuto como manifestación de condena por el último atentado terrorista.


La concentración se celebrará:

- Los centros del Campus de la Plaza de San Francisco se concentrarán en la parte trasera del edificio Interfacultades, junto al estanque,
- En el Campus Río Ebro, el acto tendrá lugar en la Plaza de las Ingenierías.
- En el resto de centros, la concentración se hará en la puerta de cada uno.

Se invita a toda la comunidad universitaria a sumarse a esta concentración.

También he visto otras convocatorias a concentraciones de ayuntamientos, del Foro Ermua, etc.

Ya llevábamos varios años sin estas convocatorias y concentraciones: hace unos años, sin embargo, eran moneda corriente estas concentraciones, y yo solía ir. Pero ya no iré más, me parece. Me parece que me parece... contraproducente. O, como poco, perfectamente inútil.

Ahora bien, me parece bien que la gente vaya si les ve alguna utilidad, o si es así como mejor expresan su rechazo al terrorismo. Nada que objetar en ese sentido—y sin embargo también yo tengo derecho a expresar lo que me parecen.

Estas concentraciones son ambiguas. Por una parte, son un gesto de apoyo a las víctimas, de rechazo del crimen, una manifestación de solidaridad social y de apoyo a la convivencia en paz en el orden político generalmente aceptado. Hasta ahí, bien y amén, como he dicho.

Por otra parte, el interlocutor de estas concentraciones es (en parte al menos) la banda terrorista, a la que se pide que deje de matar, que se inserte en vías de convivencia, etc. Y esto ya me parece menos bien. Entiéndase: lo que me parece menos bien es que se sitúe a la banda terrorista en la posición de interlocutor de nada. A los terroristas no hay que hablarles ni hacerles razonar: hay que detenerlos, juzgarlos, etc.—en todo caso y a una mala hay que hablar de ellos, en tercera persona, como hago yo aquí, pero incluso eso debería sobrar en una sociedad bien ordenada. No deberían ser cuestión en absoluto, y sus acciones no deberían ser más relevantes que las de cualquier acuchillador de esposas o conductor kamikaze. A esos no les hacemos concentraciones, ni los tomamos como interlocutores, ni intentamos razonar con ellos en plan "¡Deponga su actitud, señor! ¡sea razonable!" Al trullo, y punto.

Así pues, en la medida en que estas concentraciones dialogan con el terrorista (e insisto en que su interlocutor es ambiguo, o flotante, o múltiple), cometen un error de base.

Un error de base, el diálogo con el terrorismo, que ha sido el numerito central de la pasada legislatura Zapatero: espectáculo grotesco con mentiras públicamente emitidas por las pantallas, con fiasco monumental y traca final en Barajas, con repetición abyecta de la jugada tras la "ruptura de la tregua", con insultos a quienes denunciaban que el rey iba en cueros, y, en fin, con más indignidades y ridiculeces de las que nadie quiere recordar. Un ridículo abyecto, inmenso, nacional —qué digo, internacional, con el traslado de la cuestión al Parlamento Europeo. Un plató para piruetas legales, iluminado para el votante embobado, donde el también iluminado presidente protagonizó el espectáculo del mayor de los patinazos, y la puesta en evidencia, en público catafalco, de su total falta de criterio y de visión política—diga lo que diga el Rey, otro que va en cueros, éste.

Fiasco grotesco ése, el plato fuerte de la pacificación de Euskalherria,que sólo se ha vuelto más grotesco cuando el memo del electorado da por bueno todo lo hecho. y reelige al Talento para que repita. Para que repita todo. Y es que, bravo por el show, ha logrado no sólo lucirse él sino que se ponga en evidencia el borreguismo global de la nación de naciones, ceguera voluntaria, a conciencia y con repetición de la jugada. Pero con brío, vamos: tapándose los ojos con los puños y cogiendo carrerilla para abalanzarse a tropezar con la misma piedra.

Bien, de eso ya hemos hablado por aquí mucho, demasiado (por mucho que nos sorprenda el tener que volver a hablar del tema), pero era por dejar claro en qué contexto y en qué país tienen lugar estas concentraciones silenciosas.

Es útil que sean silenciosas las concentraciones, porque así cada cual piensa que está haciendo lo que quiere. La autoridad se despacha con unas generalidades que no compromenten políticamente a nadie, y luego aplauso y a correr. Y cada cual es libre de seguir pensando que esto se arregla suspendiendo la autonomía vasca (unos), o renovando el pacto antiterrorista (otros) o dándole a la Eta lo que pide, "por qué no lo hacen de una vez" (otros—de estos patéticos hay muchos). Y así el expediente queda cubierto y aquí no ha pasado nada de nada. Si tomase la palabra cualquiera de éstos, uno para insultar a los etarras, otro para criticar a Zapatero, otro para poner verde al gobierno vasco por sus subvenciones y apoyo al entorno etarra, otro para pedir que les den la independencia ya, otro para aclarar que esto es un episodio indeseable pero inevitable en un contexto de colonialismo, etc.—pues se vería que el tema no tiene solución, y que toda unidad es fingida a poco que se rasque la superficie.

Las concentraciones de protesta comme il faut se hacen contra el gobierno, siempre contra el gobierno. O mejor dicho contra el desgobierno: contra las autoridades torpes que causan problemas en lugar de solucionarlos. No así estas concentraciones: estas son inspiradas por la Autoridad, y van destinadas, más que a otra cosa, a evadir responsabilidades y confundir la cuestión—en el silencio donde no se sabe qué es lo que condena cada cual. Vamos, que aunque la intención de los que van sea buena, tanto da ir como no ir.

De hecho, la mayoría de la gente (el 99’9 %, supongo) no va a estas concentraciones. Y desde luego no cabe suponer que apoyan a la Eta, ni que la condenan, ni todo lo contrario. En todo caso cabe suponer que así, a ojo de buen cubero estadístico, participan de un sistema social que a la vez que condena mayoritariamente al terrorismo, sí que favorece su actuación con ciertas actitudes—las famosas subvenciones al entorno, las famosas mociones de censura que no llegan, el famoso proceso de paz tan cacareado y usado contra el PP y contra los críticos de ese proceso...

En una república bien ordenada, estas cosas no serían cuestión. No habría alcaldes y concejales y diputados que jalean a los terroristas, o los comprenden o defienden o justifican. Habría terrorismo, eso sí, en la quinta página del periódico, porque no sería cuestión de posicionamiento político relevante—como los cortacarnes de la violencia doméstica. No habría concentraciones de este estilo, porque serían redundantes: la condena al terrorismo vendría de oficio con el orden político decente—y por tanto no habría la menor ambigüedad sobre si se está cometiendo una vez más el error de tomar a una banda de facinerosos como interlocutores políticos. Con buena intención o con ignorancia.

Por desgracia, esta idea, que hay que negociar con los facinerosos, o que hay que ponerles puente de plata a los piratas, está a la orden del día. Es lo que opina la mayoría de la población española, o es lo que apoya con su voto. Y en esas estamos. En estas circunstancias es imposible concentrarse.


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