jueves, 19 de noviembre de 2015

Retropost #415 (13 de julio de 2005): El pretérito imperfecto


Leo la última colección de ensayos Sobre Literatura de Umberto Eco (2002); "Las brumas del Valois" es un ensayo narratológico sobre Sylvie de Gérard de Nerval: las brumas narrativas son las que hacen que se condensen los tiempos vagamente recordados o asociados, y son esas brumas las que experimentamos en Sylvie. Je me souvenais... Eso me hacía recordar a Sylvie, hasta en un día de sol implacable como hoy; recordaba que aquellos años yo también leía a Nerval, y que por entonces ya se me confundían las dos Sylvies. Sin la distancia de las brumas, claro. Volvía especialmente a un paseo con Sylvie río arriba, mirando desde lo alto de la colina donde gira el río un valle que parecía de repente extrañamente vacío, aparte de los dos. Era marzo, y habíamos cruzado el río descalzos (otras veces nos habíamos bañado, o nos bañaríamos); se veía abajo la hoz del río, y al otro lado un valle casi irreconocible y silencioso, sin nadie, sin caminos, todo brezos y matorrales sin hojas, y más a los lejos la cascada y los Pirineos. Muchos años después, sentados los dos, una tarde de tormenta, en la terraza de casa, recordábamos, o recordaba yo, aquel día, y los capítulos que le seguían... Aunque de hecho, ya entonces, si recordaba una escena de las que me venían espontáneamente a la memoria, el presente del recuerdo desvaía la secuencia de las otras escenas, y quedaba una imagen suspendida en el tiempo, una especie de presente flotando en un trasfondo de pasado. Lo mismo pasaba en la novela de Nerval, ya por entonces me resultaba difícil recordar qué sucedía exactamente en el argumento, aparte de las escenas sueltas (la escena de los disfraces sobre todo, y el paseo por el campo). Hoy me acordaba de estos dos momentos, no sé si en realidad tenían mayor relación entre sí, aparte de la del recuerdo, s’il vit—si elle vit—y el sonido de su nombre. Había una tormenta de verano espectacular, que mirábamos desde la terraza, y todo parecía ya una mémoire d’outre-tombe: "J’avais l’impression d’être un revenant", que je lui disais. Hablábamos de otras historias, de otros amores y desamores, cada cual llevábamos la procesión por dentro, después de les quatre cents coups, o dos procesiones quizá, dos por dos cuatro. Según Eco, "los catorce capítulos en que se organizaba la trama podían dividirse en dos mitades, la una sobre todo nocturna y la otra prevalentemente diurna. La secuencia nocturna se refería a un mundo anhelado en el recuerdo y en el sueño: todo se vivía de manera eufórica, en el encanto de la naturaleza, el espacio se recorria lentamente, se describía con amplitud de detalles gozosos. En la secuencia diurna, en cambio, Jerard encontraba un Valois que era puro artificio, hecho de falsas ruinas, donde los mismos recorridos del viaje anterior se revivían en un estado de disforia, sin detenerse en los detalles del paisaje y enfocando sólo epifanías de la contrariedad". Quizá en toda trama vital estén esos catorce capítulos, y quizá por eso era Sylvie tan memorable: tanto más cuando a las brumas del Valois se añaden las nuestras propias—­porque ya hace total nada, veinte años, que leía yo a Nerval, y ahora ni el libro me queda, perdido en una de las mudanças con que nos obsequiaba la vida. Ni siquiera recuerdo bien de qué iba— de los amores del alter ego de Nerval con Sylvie, con Adrienne y con Aurélie, de cómo nos volvemos irreconocibles, de cómo unos recuerdos llevan a otros, de cómo volviendo al pasado se mezclaban lo real y lo imaginado, y también en la persona que teníamos delante. Con el tiempo queda sólo la música del libro, o el eco de una música olvidada, la del pretérito imperfecto sobre todo. Leía Les Filles du feu e intuía quizá lo que sería o ya era, "que cierto empleo del imperfecto de indicativo, ­de ese tiempo cruel que nos presentaba la vida como algo efímero y pasivo a la vez, que en el mismo momento en que narraba nuestras acciones les imprimía ilusión, las aniquilaba en el pasado sin dejarnos, como el perfecto, el consuelo de la actividad­ era ya para mí una fuente inagotable de misteriosas tristezas". Lo decía Proust de Flaubert, Eco de Nerval; se puede decir de Sylvie en concreto, o del pretérito en general, el imperfecto pretérito. Yo también reescribía aquí algunos imperfectos. Les chemins du passé qui ne mènent, qui ne menaient, nulle part. Dice Eco que en Sylvie los relojes no funcionan. Pero hasta un reloj que no funciona marca la hora exacta cada noche y cada día: la de hoy, o la de ayer, tanto da.





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