domingo, 30 de junio de 2013

Margarethe von Trotta: HANNAH ARENDT

Una interesante película de Margarethe von Trotta, la decana de las cineastas alemanas, sobre Hannah Arendt, una filósofa que siempre se consideró judía, o mujer de ninguna parte, antes que alemana.

 



La película es lenta, como película sobre intelectuales civilizados, con mucha máquina de escribir y exceso de drinking y tabaco. Curiosa vida acomodada de tertulias y conferencias, en contraste demasiado patente quizá con el horror de los genocidios y los campos de concentración, que se nombran pero no se muestran.  Está centrada la película en torno al tema del caso Eichmann y la "banalidad del mal", y los abucheos a que sometió a Arendt gran parte de la comunidad judía, al sentir que ella misma banalizaba el Holocausto. Aquí vemos a Arendt aferrándose a lo que ella considera la verdad de las cosas, con un pensamiento a la vez frío y apasionado, por citar otra frase—se la acusa de ser fría, pero ella sigue apasionadamente la pista de lo que considera que es la verdad de los hechos, esa verdad banal que indigna casi más por su banalidad que por el mal cometido y que es infecciosa o peligrosa (como bien detectan los judíos); puede llevar a la suspensión de juicio, o al desapasionamiento. Un apasionamiento por el desapasionamiento, if that makes sense. No era esa la política que necesitaba o quería la mayoría de la comunidad judía en los años 60, ni ahora.

La conclusión de la película nos muestra a Arendt siguiendo el camino que le marca su verdad intelectual caiga quien caiga, con cierto coste personal en sus relaciones. Se nos dice a modo de conclusión que el problema del mal se convertiría en elemento central de su reflexión en adelante. Y Arendt, con su banalidad del mal, ha sido ciertamente influyente en la noción que ahora tenemos de estas cosas. (Ver aquí por ejemplo, una piscina nazi). Pero queda la duda de si llevó su reflexión sobre el mal adelante en la medida en que hubiera sido deseable y acertado hacerlo. Me refiero a la medida en que le tocaba a ella directamente—que es, claro, donde duele.

Me refiero al caso Heidegger. La película pasa un tanto de puntillas sobre el asunto. No que quiera obviarlo, antes bien hace algún gesto compositivo de integrarlo en lo que es la esencia misma de la película, lo que va más allá de lo que dice explícitamente para entrar en el terreno de lo que hace como obra de arte. Pero no hace bastante, y es obra de arte imperfecta, bastante imperfecta, en su tratamiento de la cuestión. No es el único paralelismo entre von Trotta y Hannah Arendt, esta imperfección o quizá mala conciencia, y de allí procede la sustancia misma de lo que es la película. Y su causa primera, quizá.

Resumiendo: Hannah Arendt, la mayor filósofa judía por decirlo pronto y mal, fue amante de Heidegger, el mayor filósofo del siglo XX según muchos. Incómodo que sea Heidegger ese filósofo por sus filias o afiliaciones nazis—más incómodo para evaluar el pensamiento de Arendt, máxime cuando se la acusaba de ambivalencia o tibieza en su caracterización del mal supremo nazi como diablo con patas. Y pasmoso todo el asunto por la medida en que no afectó a la reputación pública de uno ni de otra, ni durante su carrera ni en su recepción póstuma, a pesar de las críticas a Heidegger tan prominentes a partir de los ochenta.

La película reserva sus flashbacks para Heidegger (no, por ejemplo, para la experiencia del internamiento en los campos, o para otros aspectos del pasado de Hannah Arendt. En ese sentido, sí hace un lugar privilegiado a esta relación, y vemos el retrato de Heidegger con boina en el escritorio de Arendt constantemente. Vemos a la joven Hannah descubriéndose como ser pensante y sorbiendo de Heidegger esa vocación de vivir para el pensamiento. La tensión erótica se limita a una escena en la que vemos al Filósofo, como si fuese Aristóteles cabalgado por una mujer, yendo a visitar a la joven a su buhardilla, y adorándola de alguna manera insuficientemente teorizada en su teoría del Dasein. En el momento clave de la seducción, en el despacho del profesor, cuando Ana le expresa su sueño de un "pensamiento apasionado" casi parece que haya interferencias eróticas en el concepto éste, como sin duda las había. Pero no se explora bastante cómo la pasión de la pasión puede interferir en la pasión del pensamiento. Allí la escena se interrumpe: Hannah se trabuca, quizá sienta que está haciendo proposiciones deshonestas, y se va a retirar, pero Heidegger le dice que espere—y allí tenemos un corte un tanto brusco a la escena de la buhardilla. El montaje casi sugiere una censura o autocensura a la hora de ensamblar esta historia, por no decir nada de estos cuerpos y proyectos intelectuales. Como si se hubiese recortado una escena. Acierta en cierto modo a pesar suyo, la película.

Tema mal asimilado, por tanto, a muchos niveles. Tanto por Heidegger (que nunca se retractó públicamente de su nazismo ni sometió su "equivocación" a análisis), como por Arendt, que inexplicablemente mantuvo a Heidegger al margen de sus críticas al nazismo, no rompió relaciones con él, lo promocionó o podíamos decir que blanqueó, y no sometió su filosofía a crítica estricta. Por supuesto podría decirse que el hecho mismo de que ella orientase su filosofía hacia la política podría entenderse como una crítica radical a la orientación de Heidegger, pero no me refiero a eso, sino a que había unos terrenos en los que explícitamente no entró, algo que seguramente responde a fuertes conflictos personales mal resueltos. Un punto ciego que (como si el mal de la ceguera selectiva fuese contagioso) deja su huella en la obra de Arendt, como lo hace en la de Heidegger—y casi da miedo tocar el asunto por si se te pega el glaucoma ése.

A von Trotta se le pega algo. Hay una cierta identificación entre la cineasta radical y la judía en rebeldía con su comunidad—a varios niveles, tanto por la rebeldía inicial como por lo que tiene de "revisionismo" el hacer una película sobre una figura polémica como Hannah Arendt. Revisionismo en direcciones cruzadas, digo, porque para una cineasta alemana siempre será problemático el ponerse a hilar fino sobre la banalidad del holocausto. Viene de fábrica la cosa, para los alemanes es a la vez inevitable el disociarse del pasado nazi, y el peligro que conlleva el exceso de distanciamiento, methinks the lady doth protest too much... Porque la banalidad del mal, claro, está bien para los demás, pero desagrada el concepto cuando se aplica a la propia banalidad. Una película alemana sobre el Holocausto (aunque sea indirectamente), acaba por centrarse en la denuncia de colaboracionismo nazi por parte de los propios líderes judíos—una cuestión incómoda entonces, y e incómoda hoy todavía... en especial si lo dicen los alemanes. En fin, que podría decirse que la polémica sobre Arendt sigue siendo en cierto modo un tema cargado, en especial para un tratamiento desde Alemania. Y no diré que éste sea completamente exitoso. Así, se nos muestra a Arendt la batalladora intelectual, pero no se entra en las raíces de sus inconsistencias—todo los más confiesa Hannah a su amiga Mary McCarthy (con respecto a su relación con Heidegger) que hay cuestiones en las que el pensamiento es incapaz de hallar sus razones frente al corazón, un poco como decía Celentano con los trenes del desiderio—y allí tocamos in the flesh la feminidad de la filósofa, más tocada en cuanto a su género por esta flojera de lo que resulta serlo Heidegger, en tanto que filósofo hombre, por sus propias debilidades masculinas. En un encuentro años después vemos a Arendt haciendo reproches (hablados, no escritos) a Heidegger, mientras van por caminos del bosque, Holzwege, y él se intenta justificar poco y mal, recurriendo de nuevo al abrazo injustificable antes que al concepto bien estructurado.

La película si la hubiera hecho yo se habría centrado no tanto en el caso Eichmann como en el caso Heidegger. Podría decirse que a su manera sí se centra en él in absentia, por ausencia relativa o por descompensación, e incluso por el tratamiento fílmico que decía, los flashbacks y la composición en elipsis-censura. Pero es un centrarse descentrado, un arte fallido o sólo completado por el trabajo de este sufrido crítico. La banalidad que espeluznó a la Arendt histórica era la de Eichmann, cuando debía haber sido la de Heidegger. Y sí apunta este sentido o contraste entre las dos figuras la película; tampoco está desacertado que la propia Hannah Arendt (de la película) no llegue a formularse explícitamente esta analogía y paradoja, pues no consta que lo hiciese la real. Eichmann no pensaba,
 se convertía en un mero instrumento funcionarial del régimen, y en eso basaba su defensa. Pero Heidegger se preciaba precisamente de pensar—de ahí que su pensamiento puro resulte corrupto debido precisamente a su pureza. Heidegger pensó corruptamente porque desconectó selectivamente el pensamiento, o lo orientó interesadamente: se preocupaba de metafísica mientras escribía declaraciones en alabanza de Hitler o implementaba políticas antisemitas. Por no hablar de la denuncia de la "judaización" del pensamiento alemán, concepto más que dudoso en un puro plano de reflexión intelectual, pero auténticamente criminal cuando se le pone en contexto histórico. En fin, que en Heidegger se enfrentaba Arendt al fracaso del pensamiento, pero (siguiendo la ley de la banalización) se enfrentaba a ese fracaso con otro fracaso, una incapacidad personal de asimilar las dimensiones del fracaso. Del fracaso del propio ideal del pensamiento. Y por allí también se comprenden mejor las acusaciones a Arendt: ella que pedía a la vez conocimiento y compasión, un pensar político, era inflexible a la hora de decir su verdad aunque fuese políticamente incorrecta. Y en esa incorrección política veían los suyos un fallo del pensamiento, por no decir una traición. Hay una paradoja, es cierto, contenida aquí. La película no la resuelve, nos muestra a la heroína intelectual y a la víctima de sus propias contradicciones, pero no llega a enfrentarlas en un combate a muerte. No parece que se enfrentasen tampoco en la realidad, aunque quién sabe lo que pasa en las trastiendas de cada cual.



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Aquí Emmanuel Faye nos hace partícipes de su extrañeza ante la parcialidad de Hannah Arendt hacia Heidegger, y la manera acrítica en que contribuyó a la difusión de su pensamiento sin desconstruirlo—un fallo de pensamiento al menos tan pasmoso como el del propio Heidegger:





 
 
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