jueves, 28 de febrero de 2013

Spencer según Fischl

De Johann Fischl, Manual de Historia de la Filosofía. Barcelona: Herder, 1968.

Herbert Spencer (1820-1903) 

Spencer ha sido el más eficaz predicador del evolucionismo, que no sólo propagó por Europa y Asia, sino que le creó un monopolio tal que, durante décadas, ninguna otra explicación del mundo pudo alzar cabeza a su lado. Spencer fue hijo de un maestro de Derby. Sin conocer ninguna lengua extranjera ni haber pisado la universidad, Spencer se levantó como puro autodidacta a estrella de primera magnitud de la ciencia. Ya a los 40 años concibió el plan de una exposición sistemática de la idea de la evolución, que luego desarrolló, en 36 años de duro trabajo, en su obra Sistema de filosofía sintética (10 t., 1861-1877). Ha sido indudablemente el más grande artífice sistemático de Inglaterra, tan hostil en lo demás a todo sistema.

a) Doble compás de la evolución: Toda evolución avanza en dos compases: En el primero se ostenta un despliegue, una diferenciación y especialización, que fija energía. Así suirge de lo simple lo complicado, de la célula primigenia el organismo. En el segundo compás, en cambio, se ostenta una descomposición en polvo y moho (o putrefacción), en que la materia apretada se deshace y desprende energía. Nacimiento y muerte, hacerse y deshacerse, marcan, consiguientemente, la ruta de la evolución.

b) ¿A priori o a posteriori? En oposición a Darwin, Spencer era un lamarckista. Mantuvo de por vida la opinión de que la experiencia particular lograda por nuestros antepasados se ha transmitido hereditariamente a sus descendientes. Por medio del constante aumento de la experiencia total de la especie han surgido también, al cabo de esta evolución, las verdades absolutas (a priori). Las mismas leyes matemáticas y lógicas, los conceptos metafísicos de espacio y tiempo, causa y efecto, alma y Dios, son sólo una madura experiencia de la especie. De esta evolución no puede tampoco exceptuarse la conciencia y las normas morales. Así pues, todas estas verdades "absolutas" son sin duda aprióricas para el individuo, pero a posteriori para la especie.

c) El Estado: Respecto a la evolución de la sociedad, el amor de Spencer a la libertad se mostró más fuerte que su fe en la evolución. Como el Estado no tiene, como tal, conciencia propia, no puede ser fin de la evolución. Es sólo un aparato para defensa de nuestra libertad personal. Spencer miraba tan sensitivamente por su libertad, que llevaba él mismo sus manuscritos a la imprenta sólo por no sujetarse a la tiranía del correo estatal. En el rey de Inglaterra, "de adorno", veía una especie de muñeco que se deja como juguete al pueblo infantil. Es lo mejor que se puede hacer.  Espera que el Estado evolucione, de aparato policíaco, a libre Estado industrial, en que el trabajo manual retrocede para dejar lugar a la formación espirtual y en que todas las guerras desaparecerán por contrarias a la razón.

Spencer halló valiosos amigos en el fundador de la moderna eugenética, Francis Galton (1822-1911), en el famoso físico James C. Maxwell (1831-1879) y en los psicólogos de la religión Burnett H. Tylor, John Lubbock y James G. Frazer. A pesar de todo, el entusiasmo por la evolución fue barrido por el espíritu siguiente del tiempo casi con la misma rapidez con que había surgido. ¿Acrece el progreso la felicidad del hombre? Progreso, ¿para qué? ¿Existe un pueblo para llenar bibliotecas, atiborrar museos y... morirse? ¿No tiene sentido alguno la vida de obreros y campesinos, que no contribuyen inmediatamente al progreso de la cultura? Spencer se halló en su vejez en un aislamiento glacial, y se confesó a sí mismo que toda la erudición libresca es una necedad y que, en este mundo, sólo una cosa tiene valor: el amor. ¡Despedida verdaderamente emocionante de la ciencia!



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Spencer en The Stanford Encyclopedia of Philosophy.


 
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