lunes, 13 de agosto de 2012

El Frente Popular (apuntes de Beevor)

Historia de allá por febrero y marzo de 1936, del libro La Guerra Civil Española, de Anthony Beevor, y comentarios míos en cursiva. Las elecciones del 16 de febrero de 1936 "iban a ser las últimas elecciones democráticas que se celebrarían en España durante cuarenta años" (51) (suponiendo que en un ambiente tan antidemocrático pueda llamarse a las elecciones democráticas... ) "Los sentimientos de unos y de otros eran demasiado fuertes como para permitir que la democracia funcionara normalmente. Ambas partes recurrían a un lenguaje apocalíptico que canalizaba las expectativas de sus seguidores hacia una salida violenta, no política. Largo Caballero había dicho que si las derechas ganaban las elecciones, se iría ala guerra civil abierta" (51)—y los otros parecido. La ley electoral favoreía además la polarización. La CEDA constituye un frente contrarrevolucionario con monárquicos y carlistas (si bien habría que apuntar que la democracia es de por sí contrarrevolucionaria en sentido estricto, y que los revolucionarios no eran demócratas. Beevor participa de la presentación distorsionada de Gil Robles haciéndolo parecer un pequeño Mussolini). La manipulación ideológica de los votantes y demonización del adversario era extrema. La Iglesia incitaba a la insurrección contra el gobierno cuando perjudicaba sus intereses (pero me parece excesivo hablar del "tren de vida" de los obispos como hace Beevor). Los fieles no mantenían adecuadamente a los sacerdotes. En el programa de la izquierda estaba "promulgar una amnistía para los 20.000 o 25.000 presos políticos que había en España tras la revolución de Octubre" —(Aquí es posiblemente tendencioso llamarlos presos "políticos", pues se había tratado de una insurrección armada con muchas víctimas y grandes destrozos). "La firme decisión de la izquierda de liberar del a cárcel a todos los condenados por el levantamiento de 1934 no era precisamente garantía de su resepto por el imperio de la ley y el gobierno constitucional" (53). Muchos querían disolver el Ejército, la Guañrdia Civil, las órdenes religiosas... y la derecha decía que había cláusulas secretas en el programa que se llevarían a efecto al ganar la izquierda. (Lo cual es altamente probable).

Miembros del Frente Popular: "Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Socialista Obrero Español, Juventudes Socialistas, Partido Comunista de España, Partido Obrero de Unificación Marxista, Partido Sindicalista y Unión General de Trabajadores." En Cataluña, Esquerra Republicana, Acció Catalana Republicana, Partit Nacionalista Republicà Català, Unió Socialista de Catalunya, Unió de Rabassaires, y pequeños partidos comunistas constituyeron el Front d'Esquerres. El PNV fue por libre. La estrategia de la Comintern pasaba por una victoria de la izquierda moderada para debilitara la posición de la derecha. Sin embargo, los dirigentes de la Comintern difícilmente estaban interesados en preservar, a la larga, a la clase media. La estrategia del Frente Popular no era más que un medio para conseguir el poder" (55). (O sea que sí había maquiavélica estrategia comunista, como decían las derechas...). La bandera de la defensa de la república era un instrumento, luego se iría "más allá", lo cual "significaba también que la eliminación de los rivales políticos tenía máxima prioridad desde el principio" (55)—por ejemplo haciendo correr el bulo de que los anarquistas eran en realidad elementos controlados por los fascistas. Largo Caballero usaba una retórica leninista más extremada que la de los "discretos" comunistas, llamando a la eliminación de las clases medias. "Pero, fueran o no sus discursos producto de la intoxicación revolucionaria, o revelaran sus propias intenciones en aquel momento, no es sorprendente que la derecha, amenazada de extinción por la izquierda, se preparara para dar una respuesta" (56 - en lo cual veo que conviene Beevor más bien con Pío Moa que con los historiadores universitarios españoles o con Preston. También merecería comentario que los partidos de izquierda supuestamente no violentos, como Izquierda Republicana o Unión Republicana—no se puede incluir entre ellos al PSOE, claro—iban o bien engañados o bien autoengañados al juntarse en una coalición de guerracivilistas, y contribuir a darle fuerzas). Contribuyó a la victoria de la izquierda que la CNT no pidió la abstención, quería sacar de la cárcel a sus militantes. (Hay que observar que con una ley de partidos como la actual la mitad de estos partidos del año 36 se considerarían o bien organizaciones terroristas, o afines a ellas, y estarían fuera de la ley... a menos que se les aplicase la vista gorda que ha aplicado el Tribunal Constitucional a los partidos etarras).

(A continuación da Beevor unas cifras de las elecciones del 36 que son claramente engañosas, si no directamente falsas. En el texto va contabilizado hasta el último voto, como si se tuviesen las cifras, pero la nota explica que son cifras procedentes de unos cálculos estadísticos de Tusell, basados en "los votos recibidos por el cabeza de cada lista"—lo cual no es lo mismo. La izquierda gana por un margen exiguo, las cifras de votos son dudosas, y aunque Beevor observa que el día de la votación no hubo coacciones, es precipitado sacar la conclusión de que fue una jornada democrática así sin más, y que las denuncias franquistas de que había un ambiente de amedrentamiento y manipulación sean una pura invención. Como siempre la verdad es más complicada de lo que dice una de las partes en conflicto).

Ganó la izquierda por menos del 2%, y obtuvo más escaños; sorprendente el mínimo apoyo a la Falange, "lo que que da una idea algo más real de la amenaza fascista de la que proclamaba Largo Caballero" (57)—la mayoría de los votos fueron a la CEDA (a la que luego la izquierda ha demonizado como fascista, hasta Beevor dice que "no se atrevió" a llevar a cabo un golpe de estado o de hacerse con el poder por medios violentos, en lugar de decir que "no quería" o "no le parecía adecuado"—y le reprocha su discurso socialdemócrata como "hipócrita"). "La izquierda, sin pararse a considerar la estrechez de su victoria, procedió a comportarse como si hubiese recibido un mandato aplastante para el cambio revolucionario. Como era de esperar, la derecha se exasperó al ver cómo las multitudes corrían a liberar a los presos, sin esperar siquiera a una amnistía" (57). Sí se decretó el estado de alarma unos días; "El jefe del Estado Mayor Central, general Franco, lo amplió por su cuenta al 'estado de guerra' en Zaragoza, Valencia, Oviedo y Alicante para reprimir lo que Gil Robles llamaba 'locura colectiva de las masas'" (58) (—que, desde luego, no estaban ateniéndose a la lay y el orden, aunque en España suele opinarse que eso es pecatta minuta, siempre que lo hagan los del bando de uno).

(Los militares ya estaban preparando un golpe, primero digamos que "por las buenas": "
Ante su escasa confianza en que el golpe saliese adelante, Franco se entrevistó de nuevo con Portela el día 19 de febrero para espetarle que 'si deja[ba] pasar al comunismo' contraería una gravísima responsabilidad ante la historia. Pero Portela no estaba para chantajes morales: hundido, deshecho ('produce la impresión de un fantasma, no de un jefe de gobierno' en palabras de Azaña), dimitió aquel mismo día" (59) y Alcalá Zamora pidió a Azaña que formara gobierno. (Tal como lo pone Beevor parece como si fuese una fantasmada de Franco el decir que sería una gran responsabilidad ante la historia el no detener el avance del comunismo. Que se lo pregunten a las víctimas de Stalin, o a los de Paracuellos. Pero aquí todo lo que se hiciese llevaba a contraer grandes responsabilidades, hasta dimitir y no hacer nada). El PSOE no entró en el gobierno, ni el PC, sólo Izquierda Republicana y Unión Republicana, pero la derecha y la Iglesia estaban alarmadas (—Vistas las matanzas de curas que siguieron, no parece que fuera sin razón...).

"La derecha había comprendido que para salvaguardar su idea de España la vía parlamentaria ya no le era de utilidad, aunque sólo fuera porque sus oponentes de la izquierda ya habían demostrado su propia voluntad de ignorar el imperio de la ley" (59).

Azaña se apresuró a conceder una amnistía (en parte cediendo al chantaje) y cambió de destino a los generales sospechosos. March, mangoneante mangante ayudado por Calvo Sotelo, ayudó con otros a financiar a la Falange, y al golpe por venir (el conde de los Andes presidía una comisión antirrepublicana a este efecto). La economía se hundía, el dinero huía, y Azaña indultaba a los expropiadores de tierras y ocupadores de fincas y proseguía las expropiaciones (Aquí se suele acudir a la explicación de la maldad de los inversores, pero es que no se hace economía próspera con buenas intenciones—ni quemando los muebles. La izquierda, tuerta de un ojo, tiende a ver sólo las consecuencias deseables de sus expropiaciones y revoluciones). "El problema real con que se enfrentaba el gobierno de centro-izquierda de Azaña nacía de su pacto fáustico con la izquierda dura de los caballeristas, que veían aquel gobierno como el equivalente del régimen de Kerenski en Rusia, cosa que compartía la derecha" (61). (¿Y esto no lo veía Azaña? Parece que sí veía que lo veían así. Pero ahí seguía, aliado con sus aliados. Eso no se llama altura intelectual, carácter que se le suele atribuir con demasiada precipitación a Azaña). Mientras crecía Falange, con un ideario entre fascista y tradicionalista militar y autoritario (Aunque se definía no de izquierdas ni de derechas, sino de centro. De extremo centro, sería. Y supuestamente anticapitalista, porque sí adoptaba un ideario antiliberal y socializante). Para Beevor, la Falange era más conservadora que los revolucionarios movimientos nazi y fascista: "La ideología de la Falange eno era ya contradictoria sino esquizofrénica" (64). Entre atentados y entrevistas con Franco, Jose Antonio fue detenido por tenencia ilícita de armas, caballero educado y encantador según todos, pero con ideas asesinas. Como los carlistas, iban ya comprando armas para la guerra en ciernes. A través del general Varela contactaron con los generales golpistas en la primavera del 36; como los falangistas, eran no sólo anti-izquierdistas, sino también antiliberales. (No se sabe muy bien por qué, pues de hecho, lo que se echa en falta en toda esta historia es a los liberales... o no los había, o no se votaban ni a sí mismos).




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