sábado, 30 de junio de 2012

El animal que hace historias

Jonathan Gottschall tiene un un blog  titulado así, The Storytelling Animal, y también un libro  del mismo título y temática publicado este año por Houghton Mifflin, y que voy leyendo. Es un título que viene de Waterland, de Graham Swift, que señala cómo vamos llenando la vida y el mundo de historias. Mi post lo titulo  el animal que hace historias en lugar de el animal que cuenta historias por matizar: pues como muestra el propio Gottschall muchas de las historias que hacemos no las contamos, aunque muchas contamos, sino que en todo caso nos las contamos a nosotros mismos, o las vivimos directamente. 

De esto iba una de mis últimas publicaciones en papel, "Out of Character", que habla de la vida entendida como una estructura narrativa y argumental. Somos historias y habitamos historias, como decía Emerson de los símbolos.

Acabo de subir al SSRN un viejo articulillo o charla de los 80, "Los conceptos básicos de la narratología", que aunque es de planteamiento básicamente literario y estructuralista, ya observa esta tendencia postestructuralista a ver en la narración una modalidad de conocimiento o de organización mental, más allá de un género literario.  Una cita que me gusta mucho a este respecto aparece en los Essais sur le roman de Michel Butor, un clásico moderno, y cabeza estructuralista donde las haya:

Le roman est une forme particulière du récit.
Celui-ci est un phénomène qui dépasse considérablement le domaine de la littérature ; il est un des constituants essentiels de notre appréhension de la réalité. Jusqu'à notre mort, et depuis que nous comprenons des paroles, nous sommes perpétuellement entourés de récits, dans notre famille tout d'abourd, puis à l´ècole, puis à travers les rencontres et les lectures. ("Le roman comme recherche", 7)

Muchas de las historias que vivimos sin contarlas están en los sueños. Gottschall tiene una teoría de los sueños como entrenamiento subconsciente para la mente: están demasiado llenos de problemas, huídas, desencuentros y amenazas, desproporcionadamente con respecto a lo que sucede en la vida real. Las partes aburridas se las ha saltado la mente soñadora, y va al meollo del conflicto, que es, precisamente, el conflicto—ya lo decía Aristóteles, las historias giran alrededor de un conflicto.  Gottschall ve la mente narrativa como característicamente humana, claro, —pero eso no quiere decir que sea cien por cien buena; la tendencia narrativizante con frecuencia se desboca y da lugar a teorías de la conspiración, paranoias, apofenias y confabulaciones, fenómenos que le interesan especialmente al autor.  La mente narrativa busca frenéticamente imponer un orden en una realidad a menudo desorganizada—y si no hay una historia evidente, la proyecta y se la inventa. Para ello echa mano Gottschall de un concepto neurológico-cognitivo muy útil que desarrolló Gazzaniga: el intérprete. Nuestro intérprete cerebral es un organizador de la realidad que tiene una pronunciada tendencia narrativizante. Vivimos en una especie de Matrix cerebral generada no por ocultas máquinas externas sino por una máquina interna, que nos va pasando una película viviente que llamamos la realidad (ya decía Einstein que lo que llamamos realidad también es una ilusión, sólo que es una ilusión muy persistente).

Los narradores, cómo no, tienen este sistema cerebral estructurado de modo... particular, pongamos. Igual que los poetas viven las cosas y las palabras de otra manera, más poética; podemos decir que todos somos narradores y poetas pero que los narradores y poetas lo son más. A veces más y mejor. Pero una de las cosas que más me han llamado la atención en el libro de Gottschall, lleno de abundantes referencias a estudios neurológicos y psicológicos:

"La psicóloga Kay Refield Jamison, que ha escrito de modo conmovedor sobre su propia lucha contra el síndrome bipolar, sostiene que hay una fuerte conexión entre la enfermedad mental y la creatividad literaria en su clásico libro Tocados por el fuego. En estudios de escritores ya muertos (basados en sus cartas, historiales médicos, y biografías publicadas) y en estudios de escritores vivos de talento, abunda la enfermedad mental. Por ejemplo, los autores de ficción narrativa tienen nada menos que diez veces más probabilidades de ser bipolares que la media de la población, y los poetas son, de modo pasmoso, cuarenta veces más propensos a vérselas con el síndrome. Basándose en estadísticas como estas, el psicólogo Daniel Nettle escribe que 'es difícil evitar la conclusión de que la mayor parte del canon de la cultura occidental fue producido por gente con un toque de locura'. (...) En el gigantesco estudio de enfermedad mental y creatividad del psiquiatra Arnold Ludwig, El precio de la grandeza, encontró una tasa de 87% de desórdenes psíquicos entretre los poetas eminentes, y un 77% entre los novelistas eminentes—mucho más altas de las que encontró entre quienes destacaban en campos no artísticos como los negocios, la ciencia, la política y el ejército. Incluso los universitarios que se apuntan a seminarios de escritura de poesía tienen más rasgos bipolares que los universitarios en general" (92-93)...


—y los líderes religiosos, ¿qué? Visionarios, de los que oyen voces que los demás no oyen y ven una realidad que no es la que nos rodea. Lo curioso es lo bien que estos narradores nos han vendido las historias que ven o inventan, deliberadamente o porque así les sale. Los demás seremos menos bipolares, quizá, pero la cultura vive de historias, paga por ellas, y se deja arrastrar por las ficciones grandes y pequeñas. Las historias que narramos y nos narran nos dan modelos de la realidad para organizarla, para entenderla y para evaluarla, saber quién es el bueno, quién es el malo, y quién nos puso aquí, y a dónde vamos. A todos nos han contado algo que pasó hace mucho, mucho tiempo... y que aún nos lleva a vueltas. Son historias que nos hacen ser los que somos.

 




 
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