domingo, 25 de marzo de 2012

La Autómata Asesina

Esta es la película El ladrón de Bagdad (1940), un clásico de fantasía producido por Alexander Korda. En el minuto 1.02.00 (una hora y dos minutos) se encuentra la escena de la Dama de Plata, una autómata asesina.




 

Uno pensaría que esto son antigüedades fantasiosas típicamente hollywoodescas (británicas aquí), pero la afición a los autómatas viene de bastante más atrás. Si no me equivoco, ésta es la fuente más remota de la Autómata Asesina, en el libro XIII de las Historias de Polibio. Habla de las infamias y crueldades de Nabis, tirano de Esparta a partir del 207 a.C.

Ideó también una máquina, si es que se le puede aplicar este nombre. Se trataba de una efigie de mujer recubierta de ricas vestiduras; tenía un gran parecido con su propia esposa. Iba convocando regularmente a los ciudadanos con el ánimo de sacarles dinero. Primero les dirigía amablemente un largo parlamento: señalaba el peligro que los aqueos significaban para la ciudad y para el país, les hacía ver la gran cantidad de mercenarios que sostenía con vistas a la seguridad y, además, los gastos que implicaban las ceremonias religiosas y los servicios de la comunidad. Si los convocados cedían ante estos argumentos, ello bastaba para sus propósitos. Pero si alguno los negaba y rehusaba pagar la suma impuesta, decía lo que sigue: "Seguramente yo soy incapaz de persuadirte, pero me parece que ésta, Apega, te convencerá. Él decía esto y, al punto, aparecía la estatua de la que hablé un poco más arriba. El déspota la cogía de la mano y la hacía levantarse de su asiento; ella abrazaba al hombre y, poco a poco, lo estrechaba contra su pecho. Por debajo de los vestidos tenía los brazos y los antebrazos erizados de clavos metálicos e, igualmente, los pechos. Cuando había aplicado las manos de la estatua a la espalda del hombre, Nabis, por medio de ciertos resortes, empujaba más a su víctima hacia los pechos de aquella escultura; la víctima, así oprimida, lanzaba gritos desgarradores. Aquel tirano mató de esta manera a muchos que se habían negado a pagarle un tributo.  (XIII.7)

Esta Apega, de mortífero abrazo, nos recuerda también a la Dama de Hierro original (antes de la Thatcher), y puede servir como buen emblema de la Administración Tributaria. No está de más decir que para Walbank el pasaje es apócrifo o falso. Ahora bien, hay otros ingenios curiosos en las Historias, como el Toro de Falaris o el caracol automático de Atenas.

En la Edad Media, con el desarrollo y difusión de la relojería, también se encuentran historias de autómatas. Unos guerreros autómatas con armadura que parecerían más propios de El Capitán Trueno aparecen en un poema épico ambientado en Oriente Medio, Le Bâtard de Bouillon. Oriente invita a estas cuestiones, parece.


 
 
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