domingo, 28 de agosto de 2011

Hemingway, días de vino y muerte





Hemingway, días de vino y muerte es la traducción española de Hemingway Cutthroat, de Michael Atkinson (2010, La Factoría de Ideas, 2011), que me compré en un hiper.
Quizá se venda bien, es una novela entretenida de leer, divertida con frecuencia, y una buena adición al género "ruedo ibérico grotesco en la Guerra Civil." Es la historia de Ernest Hemingway enterándose del asesinato de José Robles Pazos, viejo conocido suyo y de Dos Passos, más amigo de este último y traductor de sus novelas al español.  Era un miembro destacado de la Internacional, y víctima en España de las purgas estalinistas de tiempos de la guerra civil: se lo quitó de encima su propio bando (que no era ya su bando, claro, porque con Stalin había siempre un círculo más interno, que luego sería el siguiente en pasar por la piedra). Dos Passos se indignó con el asesinato de Robles, e intentó buscar explicaciones pero sólo encontró apparatchiks con rostro de piedra, mentiras y evasivas. Como para desengañarse del comunismo, pero esos años a muchos les costaba aprender la lección (aún hay quien sigue jaleando a Castro, vamos, que parece que no van a faltar en la vida de estos). Este asunto fue la ocasión de la ruptura entre Hemingway y Dos Passos, cuando éste intentó reclutar al camarada Ernesto para que usase su influencia y aclarase el destino de Robles y le ayudase a buscar responsables. Hemingway vino a decirle "son cosas de la guerra, y después de todo es nuestro bando, mejor no indagar mucho. Algo habrá hecho. Fuego amigo, etc." La historia de que Robles era un espía franquista la aceptó y se la tragó el Hemingway real entre copazo y copazo, y echó en cara a Dos Passos el que no se contentase con las explicaciones de los estalinistas y cerrase filas con ellos. Y Dos Passos se fue de España enfurecido; Hemingway aún seguiría brindando con el Frente Popular una temporada más.

Bien, pues la versión de Michael Atkinson, si la pasamos a considerar algo más que un inocente thriller de evasión, viene a ser una falsificación histórica de tomo y lomo. Tenemos a un Hemingway inflado de muscultatura y desbordante de virilidad, que los tumba bebiendo, confraterniza con el pueblo (mucha más gente habla inglés de la que cabría esperar, por cierto, en esta España del 38), y rueda por múltiples camas con numerosas putas, turistas americanas y hasta con una ginecóloga feminista llamada Florípedes, extraordinariamente salida. Es en suma una versión mejorada e idealizada del toro americano—un Hemingway broncas, hiperactivo, siguiendo la pista del asesinato entre brumas de alcohol, zurrando burócratas, peleando con toros y guardias, y bebiendo con viejos curtidos por la vida—comiendo como un camionero, tirándose fuertes pedos, y paseando por la guerra yendo a lo suyo, dejando un rastro de mujeres medio satisfechas medio quejosas.  La falsificación más seria no es ésta, que viene a ser una broma divertida, o una complicidad con el mito, sino la inversión total de la actitud de Hemingway hacia el asesinato de Robles y la postura ética personal que requería. Aquí Hemingway desenmascara a quienes decían que Robles era un espía franquista—precisamente lo contrario de lo que hizo. Vamos, que Atkinson prefiere darnos la versión de lo que debió haber sido, y precisamente nunca fue, porque Hemingway no era éste ente de ficción, sino una persona real muy diferente del retratado por Atkinson, con prioridades bastante diferentes por lo que se ve. Aparte de las capacidades añadidas de héroe de novela negra.


También mezcla Atkinson, al gusto americano, la purga de Robles con el bombardeo de Guernica—que en un tris está Hemingway de llegar a evitarlo, aquí. Esto de la intriga de Guernica es una falsificación más impresentable todavía, pues la novela termina por atribuir el asesinato de Robles no al Frente Popular, sino a un infiltrado franquista, Posada, que ayuda a preparar el bombardeo desarmando Guernica, elimina a Robles e intenta sobornar a "Hemingway" sin éxito. Y al final recibe su merecido el traidor Posada, una víctima más de las purgas, pero ésta justificada, se lo dan de comer los comunistas a unos perros. No falta España abismal aquí, y eso me gusta, pero... como dice este Hemingway de Robles, se ignora la evidencia y se hacen en la propia novela unas maniobras de afiliación que son "un loable triunfo de la disonancia cognitiva"—atribuir el asesinato de Robles, modelo de puñalada trapera comunista, a un franquista, es vaciar de sentido esta historia. Para eso mejor inventarse otra, que de hecho es lo que pasa aquí, pero con unas etiquetas de realidad inaceptables.
"Hemingway" también relata todo el caso en unos reportajes que, claro, "nunca fueron publicados" y ya los pueden ustedes buscar.  En cuanto a la ficción, medita "Hemingway", es imposible narrar esta historia como fue, y decide inspirarse en un brigadista que conoce para escribir lo que sería Por quién doblan las campanas. 

A Atkinson le pasa algo parecido. Imposible escribir la cosa como fue. Decide tomar el toro por los cuernos, engordar el mito y falsear la historia. Sobre este episodio escribió un libro Stephen Koch, The Breaking Point: Hemingway, Dos Passos, and the Murder of José Robles (New York: Counterpoint-Perseus Books, 2005), y otro Ignacio Martínez de Pisón, Enterrar a los muertos (Biblioteca Breve). Barcelona: Seix Barral, 2005). Allí Hemingway sale más bajo de testosterona, y peor parado a nivel ético y político. Pero la historia vende menos que las aventuras de ficción. (1)


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Podemos contrastar la wishful fiction de Atkinson, mistificando el mito, con la perspectiva más sobria que encontramos en un artículo sobre Hemingway en la guerra de España, de Mauricio Aguilera (2). Traduzco un par de párrafos clave:

"Comparado con auténticos combatientes como George Orwell, la comprensión que tenía Hemingway de las causas que llevaron al conflicto español estaba seriamente lastrada por sus limitaciones emocionales y por su adhesión política a la agenda de los comunistas. En los capítulos titulados 'The Spanish Tragedy' y 'The Politics of Desperation', Lynn y Mellow respectivamente convienen en que el autor, uno de los nombres más notables que habían decidido mantenerse fuera de la política durante la Gran Depresión (de hecho fue fuertemente criticado por su igorancia de las lucha políticas de los 30), fue fácilmente engañado por la progaganda Roja, y por la inteligencia rusa que operaba en Madrid. Hemingway se negó a creer en 'la evidencia que se iba acumulando sobre el terrorismo y la traición con que los comunistas de línea dura subvirtieron la causa de los lealistas' (Mellow, 1992, 50), y así los comunistas lo usaron como un nombre que le añadía un peso favorable a su causa.

     El descubrimiento en 1982 de un despacho que envió a Pravda el 1 de agosto de 1938 a petición de Mijaíl Koltsov, uno de los agentes de Stalin y más tarde una víctima más de las purgas, revela la limitada comprensión que tenía Hemingway de la guerra, viéndola básicamente como un conflicto entre los 'rojos', o sea, el pueblo del país, y los 'terratenientes absentistas, los moros, los italianos y los alemanes' (Lynn 1987, 449). El ensayo de Pravda deliberadamente elige mostrar sólo a las víctimas de los crímenes cometidos por los fascistas (...) Los despachos de Hemingway a Ken, la revista izquierdista americana que aspiraba a la objetividad y no era partidaria del comunismo, también insisten en las mismas perspectivas partidistas. El titulado 'Traición en Aragón' (30 de junio de 1938) ridiculiza a Dos Passos, acusa a Robles de ser un traidor, y dice que Madrid bajo el asedio infernal está tan "libre de cualquier terror como cualquier capital de Europa" (Lynn 1987, 452).

     Su servilismo a la propaganda comunista queda bien probado en su actitud hacia la muerte de José Robles, un caso significativo que ningún biógrafo ha pasado por alto en el análisis del papel de Hemingway como corresponsal de guerra. José Robles era amigo íntimo de Dos Passos, traductor de sus novelas (Tres Soldados), profesor de la Universidad Johns Hopkins, y miembro de una de las familias aristocráticas bien relacionadas de Valencia. Su asesinato a manos de los espías comunistas ('sabía demasiado del Ministerio de la Guerra español y sobre el Kremlin y no era políticamente fiable', comenta Mellow, 1992, 507) lleva a Dos Passos a emprender una investigación. El consejo de Hemingway ('dejar de investigar el asunto', Lynn 1987, 447) y más adelante su creencia incuestionable de que Robles era un espía que había sido sometido a un juicio justo (Mellow 1992, 498), y que por tanto recibió su merecido, señalan el punto de ruptura de la larga amistad de los dos escritores. Añadido al impacto de la ruptura estaba que Hadley y Kate Smith, la esposa de Dos Passos, habían sido compañeras de habitación en Bryn Mawr. En palabras de Joe Herbst, Hemingway estaba 'abrazando al nivel más simple las ideologías de la época en el mismo momento en que Dos Passos estaba cuestionándolas urgentemente' (cit. en Mellow 1992, 506). Para 1939, Dos Passos consiguió darse cuenta de que Robles 'se había dejado meter en una encerrona': no en vano le habían avisado de que 'si a los comunistas no les gusta un hombre, directamente lo fusilan' (Mellwo, 1992, 489). El status privilegiado de Hemingway como corresponsal de guerra en el Gaylord's, cuartel general del contingente ruso (Enrique Líster, Juan Modesto, Dolores Ibarruri, Mijail Kltsov, Pepe Quintanilla, el llamado 'verdugo de Madrid', etc.), su acceso a lugares y a bienes (coches, gasolina, comida) que no tenía ningún otro corresponsal ('Gaylord's mismo había parecido indecentemente lujoso y corrupto', Por quién doblan las campanas, 231), y su convicción muy enraizada de que sólo los comunistas podían salvar a la República ('Me gustan los comunistas cuando son soldados') convierten al escritor en una marioneta al servicio de los rusos (Mellow 1992, 501-503). Tal como lo pone Robert Jordan, 'Aquí en España los comunistas ofrecían la mejor disciplina y la más fiable y más sensata para llevar adelante la guerra. Aceptaba su disciplina mientras durase la guerra porque, en su manera de llevar la guerra, eran el único partido cuyo programa y cuya disciplina podía aceptar' (Por quién doblan las campanas, 163). Años más tarde, cuando a Castro le pidieron explicar por qué era inevitable que hubiese ejecuciones en Cuba, dijo, 'Déjenme que les diga lo que piensa de eso Hemingway: "Las ejecuciones de Cuba son un fenómeno necesario. Los militares criminales que fueron ejecutados por el gobierno revolucionario recibieron lo que se merecían" ' (Reynolds 1999, 323)." (173-75)



Sobre el distanciamiento Hemingway-Dos Passos puede verse también el artículo de Catalina Montes "Algunas consideraciones sobre la relación Dos Passos-Hemingway, cincuenta años después de la ruptura de su amistad en 1937" (Atlantis 9 [1987]: 151-6). Según Montes, Dos Passos dio su propia versión ficcionalizada de esta desavenencia en la novela Adventures of a Young Man (1939), donde el personaje que representa a Hemingway supedita a la conveniencia política la fidelidad debida a la verdad de los hechos.

Quizá las visitas "apolíticas" de Hemingway a la España de Franco en los años 50 y a principios de los 60 fueron una manera de dar a entender, o de darse a entender a sí mismo, que rojo y azul no eran blanco y negro sin más, y que había más tonos de gris de los que había querido creer él mismo, o se había esforzado por no ver. Gris, en toda esa época, mucho hubo.


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(1) (PS): Puede verse la muy diferente actitud ética hacia esta historia, el escrúpulo por no mezclar historia e invención gratuita, en los comentarios que hace Ignacio Martínez de Pisón sobre su libro Enterrar a los muertos, en esta conferencia sobre su obra en la Fundación Juan March ("Regreso al Mundo Real"): http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?id=2816



 (2). Mauricio D. Aguilera Linde "Chapter 3: Ernest Hemingway (1899-1961)." En Writers of the Spanish Civil War: The Testimony of their Auto/Biographies, ed. Celia Wallhead (Bern: Peter Lang, 2011), 173-75. 



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