domingo, 3 de abril de 2011

Hacia un saber sobre el alma

Me he comprado en los kioscos este libro de María Zambrano, de 1950, Hacia un saber sobre el alma, que recopila escritos anteriores. Con la esperanza de saber algo más sobre el alma... pero me quedo poco mejor que estaba. El ensayo de ese título es un tanto decepcionante, y sin embargo alguna idea interesante sí que contiene. 

 


Así la idea de que "cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza claridad en ella". Bueno, yo le pondría las comillas necesarias a esa historia que no puede ser sino una manera de leer de alguien, de una consciencia individual o de una comunidad intelectual... la Historia lectora, me parece mucho decir: nunca se lee a sí misma ni se totaliza magnamente la Historia.  Zambrano quiere hacerse consciente de esa verdad nueva y suya, supongo que de la que se alcanza a ver con claridad por primera vez... la verdad que podemos ver nosotros y que era inaccesible para otros desde su punto de vista. Aunque hayan sido precursores de esa visión, viéndola "oscura o indirectamente" que decía San Pablo. "¿Cuál será nuestra verdad? ¿Cuál nuestra manifestación?" Pero quizá no nos corresponda a nosotros decirlo... si creemos a Paul de Man, podemos estar viendo claramente una cosa (para otro) a la vez que no nos enteramos de que la estamos viendo. Nuestra misma mirada es nuestra verdad, pero ha de ser mirada desde fuera, con una distancia. Otros sabrán cuál ha sido nuestra verdad, nosotros no. ¿Quizá tendría más mérito, entonces, el hacernos conscientes de lo que vemos oscuramente, no claramente, aunque tenga esto algo de contradicción en términos? ¿El ser un poco más conscientes de aquéllo de lo que somos precursores, y no tanto de lo que ya "podemos permitirnos" ver con claridad? Sea como sea, los precursores de lo que luego son claras visiones "han pagado en alguna cárcel de olvido el delito de haber visto desde lejos".

Y sigue Zambrano con un bonito párrafo que ahonda en los reflexiones retrospectivas que ya hemos apuntado—las que ligan la plena visibilidad de la verdad a una mirada retrospectiva:

"Pero los precursores se reconocen solamente desde la verdad plena de la que fueron adelantados; sólo desde la posesión de esta verdad se entiende el sentido de sus enigmáticas palabras. Únicamente en la verdad esclarecida reconocemos a la verdad semivelada". (19)

(Esta discusión me recuerda en parte al problema borgesiano de "Kafka y sus precursores", coetáneo de Zambrano por cierto, que ya comenté en ese artículo titulado "Understanding Misreading: hermenéutica de la relectura retrospectiva". Véanse también nuestras cogitaciones sobre la lucidez retrospectiva, la distorsión retrospectiva y el punto de vista dominante o topsight.)

La verdad que atisba Zambrano es la verdad del pensar del hombre, y del pensar del pensar: el existencialismo hermenéutico quizá podríamos decir por simplificar, en el que la filosofía se está pensando a sí misma como actividad (por ejemplo en estas palabras de Zambrano) en la medida en que este telescopio vuelto sobre el propio astrónomo permite discernir alguna imagen no desenfocada. Observa Zambrano que es una cuestión de distancias y de impulsos adecuados... como atrapar una presa posible (la verdad ésa que podemos cazar) saltando no demasiado lejos ni demasiado cerca. Y ese pensar del tiempo humano ayuda precisamente a pasar el tiempo humano, llenándolo de sentido, el sentido auténtico que puede tener en ese momento histórico, atisbando su verdad y justificando por así decirlo la existencia y el esfuerzo del pensamiento. En otro ensayo ("¿Para qué se escribe?") formula una idea parecida—"Salvar a las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endureciéndolas, forjándolas perdurablemente, es tras de lo que corre, aun sin saberlo, quien de veras escribe" (33)—pero para eso también ha de enfrentarse a la autenticidad de su visión y de su dicción, de lo que exige ser dicho y sólo puede decir este escritor en este momento, desvelando algo a la vez a sí mismo y a su público, "pues si el escritor conoce según escribe y escribe ya para comunicar a los demás el secreto hallado, a quien en verdad se muestra es a esta comunicación, comunidad espiritual del escritor con su público" (37)—

(— y sin embargo, insisto y vuelvo, el público del escritor no es siempre el que el escritor cree, y la verdad que el escritor revela no es siempre la que cree que revela... o, dicho de otro modo, el público del escritor no es sólo su público inmediato, sino también el incalculable público del futuro).

El filósofo, pues, también es escritor (hasta Sócrates, porque plasma esa visión única que es la suya y no la que recibió)—hay que pensar la filosofía conjuntamente con el surgimiento de los autores individuales y del trabajo del estilo personal.  Cada cual, dice Zambrano, se agarra a la verdad que ha podido capturar (a veces demasiado se agarra, matizaría yo), y así justifica su pasar por el pensamiento que es palabra en el tiempo:

"Agarrándonos a la verdad, a la verdad nuestra, asociándonos a su descubrimiento por haberla acogido en nuestro interior, por haber conformado nuestra vida a ella, arraigándola en nuestro ser, sentimos que nuestro tiempo no pasa, al menos, en balde. Algo de su pasar queda, como en el fluir del agua en el río, que pasa y queda. 'Todo pasa', corre el agua del río, pero el cauce y el río mismo permanecen. Mas, es menester que haya cauce, y el cauce de la vida, es la verdad" (20).

Esa verdad dada, que en cada momento es (podríamos decir) el atuendo que adopta la Verdad, suponiendo que exista ese augusto personaje tras sus variables vestimentas. La práctica de la Filosofía es para Zambrano ese encuentro con la verdad que nos espera, la que tenemos que descubrir y seguir. Siempre aletheia— lo que ya se nos da como desvelado no es suficiente verdad. Quién decía—no era Machado, ni Heráclito... —era Roger Ebert el que daba voz a esa verdad: que los niños creen las verdades que se les enseñan. Y muchos adultos son niños en este sentido. Pero otro tipo de madurez viene cuando uno supera las verdades enseñadas, o ya reveladas, y descubre otras diferentes. No reveladas ni enseñadas, sino desveladas con trabajo, o que se están revelando. No es extraño que se apegue uno a ellas, o que crea que lo justifican, aun cuando resulten ser, vistas desde un poco más allá, medias mentiras, o reflejos todavía indirectos de una verdad todavía huidiza. Esa verdad en todo caso proporciona un camino que recorrer, dice Zambrano, y ahí convengo:

"Pero este camino es primero unos pasos, unas huellas, y sólo cuando ya una línea trazada le distingue de la extensión inanimada que lo rodea, podemos verle. Y es lo que hoy nos sucede; comenzamos a sentir nuestra vida en su transcurrir, estrechada y libre, por el cauce de una verdad que se nos revela, y desde él comenzamos a entender ottros pensamientos para los que quizá hubiéramos quedado insensibles, o por el contrario, presos en asombro, imposible de traducir en ideas" (21).

El pensamiento "último, revelador", nos permite según Zambrano ordenar nuestra actividad y darle sentido, "situar y colocar ordenadamente los problemas, los pensamientos; el camino ordena el paisaje y permite moverse hacia una dirección" (21). 

Quizá sea éste el sentido último de las reflexiones sobre el alma que no acabo de encontrar en el resto del artículo. El alma inmortal o cuanto menos aún no muerta (la del escritor o artista) es la que encuentra esa expresión en su obra. Almas muertas también hay, muchas veces leer autores olvidados es resucitarlas un poco. 

El alma es objeto etéreo, palabra vaporosa y concepto inasible—poco hay de terreno común utilizable entre quienes utilizan esta expresión. El alma la entendemos como la identidad sustancial de una persona, más allá de su cuerpo—pues siendo como somos entes de discurso y objetos sociales, nuestra identidad social es algo más que nuestro cuerpo, y pervive desasida de él cuando el cuerpo ha muerto. El alma de la persona viva está encarnada en su cuerpo, en su presencia (o en su ausencia cuando está no visible pero muy presente para los presentes). El alma del muerto nadie la busca en su cuerpo, claro—es un puro objeto social, una sombra flotante de relaciones sociales e información, que se va haciendo más y más tenue a medida que van desapareciendo los miembros de su círculo social inmediato. El alma, como la identidad, pervive en las imágenes de la persona, sobre todo si son características, o en las acciones memorables o los gestos característicos que tuvo—también se adhiere, cómo no, a sus objetos personales, a su entorno vivido, impregnado de su presencia "como si aún estuviese aquí". El alma es en cierto modo nuestra identidad como personas en sociedad, por eso es intangible y etérea, aunque sí se la pueda dañar.

Las almas están más vivas, o los muertos menos muertos, desde que pueden hablar tras la muerte, no mediante psicofonías, ni en el recuerdo de la tribu, sino mediante la escritura. A quienes nunca los habían escuchado. Y también viven las almas de los actores famosos, en el cine—ellos que ya en vida eran más su imagen que ellos mismos. Los vídeos caseros, fotografías familiares, cartas, nos permiten a todos una modesta pervivencia como almas errabundas, de vivos o de muertos, a veces de modo muy vívido. Pero en general pocos rastros dejamos atrás, a fin de cuentas, poco Nachlass—las almas más resistentes son las de los escritores y artistas, quienes nos permiten una inmersión detallada en su mundo psíquico. Y con ello vuelvo a las reflexiones de Zambrano, cuyo concepto de alma todavía no alcanzo a vislumbrar con claridad, al margen de ser algo por definición inasible a los esfuerzos de la razón por acotarla (y mira que me he esforzado en pocas líneas).

La transparencia del alma sería pues esa perfección de la visión, de la acción o de la expresión que permite al escritor o al artista comunicar su verdad o reverlarla para una comunicación a los demás. O quizá sea el alma la individualidad que busca hallar su propio camino en diálogo o lucha con quienes le rodean. Sócrates aparece así quizá como el modelo de quien cultiva a su alma, buscando el oráculo no en Delfos, sino en sí mismo —y en el diálogo con los demás, en busca de la verdad, siempre interrogante. La propia idea de un oráculo ya es un precursor 'oscuro', para Zambrano, del "conócete a tí mismo"

"Sócrates, en cierto modo, llegó a ser el oráculo de todo ciudadano de Atenas que no tuviera temor de pensar, es decir, de llegar a ser su propio oráculo" (28).

¡del imposible conócete a tí mismo 'como los demás te conocerán'! —el alma es precaria, y sujeta a interpretación, porque la verdad suya, la que vemos y que le da solidez al trayecto y a la visión de nuestra alma, cambiará vista desde un poquito más lejos, y será otra, quizá irreconocible o indeseable para nosotros. A ese saber he llegado yo, de momento—que otros vendrán y que también querrán tener la última palabra, y emplearán como material de construcción lo que para nosotros era el alma.

 
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