jueves, 4 de noviembre de 2010

La materia (y la forma) del pensamiento

Es muy recomendable para quien esté interesado en la lingüística cognitiva el libro The Stuff of Thought, de Steven Pinker. Pues de eso trata precisamente—de cómo las modalidades de la experiencia humana en el mundo dan lugar al lenguaje, y al modo en que éste se articula; y viceversa, cómo el lenguaje contiene ya en sí un instrumental de representación de la experiencia, una aproximación a ella y a los modos de encararla y manipularla en nuestra interacción cotidiana a través de las palabras.

Una de las ideas recurrentes de mi padre, que le obsesionaban estos últimos años, era la de la riqueza del lenguaje. Cómo en el lenguaje están contenidas, en forma de etimologías por ejemplo, las experiencias acumuladas de muchas personas. Cómo una palabra que nombra algo, o una construcción gramatical que permite expresar algo, es un trabajo acumulado desarrollado por muchas personas, y nos introduce a una especie de gramática de la experiencia, y no meramente a la arbitrariedad de los términos. Le decía yo que iban bien orientadas sus reflexiones, y que estaba en una línea muy heideggeriana (esa noción de las palabras como una herramienta labrada por la experiencia, y diseñada para la función requerida, como el martillo para la mano). Pero igual le podía haber dicho que era pinkeriano, pues este libro presenta la exposición más completa y clara de esta perspectiva, en clara y nítida prosa anglosajona y sin las nieblas de la Geworfenheit.

Me ha venido a la cabeza un ensayo de Scott Russell Sanders, "La herencia de las herramientas", en el que habla de cómo cuando era niño veía a su padre utilizar su caja de herramientas y éste le enseñaba su manejo. Y cómo ahora cada vez que ve una herramienta bien hecha para su función, se acuerda de cómo su padre le enseñaba, cuando quería hacer alguna reparación, qué herramienta se adaptaría mejor a ese fin. Y que ahora ha heredado él esas viejas herramientas, que muchas de ellas venían ya de su abuelo.

"La mayoría de las que tengo me las dio mi padre, que también me enseñó cómo utilizarlas. Las herramientas de mi taller son una doble herencia: cada martillo y nivel y serrucho está envuelto en una nube de entendimiento.
     Todas estas herramientas da gusto verlas y sujetarlas. Los vendedores nunca les pondrían carteles de NUEVO NUEVO NUEVO! en las tiendas. Sus diseños son viejos porque funcionan, porque sirven bien a su función. Como las canciones populares y los refranes y los coloquialismos recios, estas herramientas se han reducido a lo esencial. Miro mi martillo de carpintero, destilado por cien generaciones de carpinteros, y me parece que no desmerece al lado de otros clásicos—las ánforas griegas, el canto gregoriano, Don Quijote, los anzuelos de lengüeta, las velas, las cucharas. La ciencia de cómo martillar se remonta a los primeros humanos agachados al lado del fuego, tallando lascas. Los antropólogos tienen un nombre muy bonito para estas rocas sin trabajar que sirvieron como los primeros martillos. 'Piedras del alba', se llaman. Su único requisito para su función, aparte de la dureza, es que se adaptan a la mano. Nuestros antepasados las usaron para moler el grano, golpear cinceles, aplastar huesos. Desde las piedras del alba a este martillo de carpintero hay un gran salto en el tiempo, pero no hay gran distancia en diseño o en imaginación." (The Best American Essays, ed. Robert Atwan).

Como las herramientas viejas, bien trabajadas, así van pasando las palabras de generación en generación, con un diseño probado, asentado y erosionado por el tiempo, y que sin embargo no deja de cambiar y de adaptarse continuamente a su función. Y la mayoría de las que tenemos las heredamos de nuestros padres, y ellos de los suyos.

La conexión entre lenguaje y herramientas va, por cierto, más allá de una mera analogía. Con anterioridad ya hemos comentado sobre la conexión evolutiva entre el desarrollo lingüístico y la capacidad de diseño y manejo de herramientas. Y aquí hay más noticias recientes al respecto.

Traduzcamos el blurb del libro de Pinker:

En este festín de libro [realmente es hábil e ingenioso y divertido, para libro de lingüística más no se puede pedir ciertamente] Steven Pinker explica el funcionamiento de la mente de una manera totalmente nueva—examinando la manera en que usamos las palabras. Cada vez que soltamos un juramento, revelamos algo sobre las emociones humanas. Cuando usamos un sobreentendido para comunicar un soborno, una amenaza, o un avance sexual (en lugar de simplemente soltarlo a lo bruto), revelamos algo sobre las relaciones humanas. Nuestro uso de las preposiciones y de los tiempos verbales se basa en conceptos muy particularmente humanos del espacio y del tiempo, y nuestros nombres y verbos se basan en modelos mentales relativos a la materia y a la causalidad. Incluso los nombres de los bebés, y la manera en que cambian de década en década, tienen cosas importantes que decir sobre nuestra relación con los niños y con la sociedad. Examinando de cerca nuestra habla cotidiana—nuestras conversaciones, nuestros chistes, nuestras disputas legales—Pinker pinta un retrato vívido de los pensamientos y emociones que pueblan nuestras vidas mentales.
    Sostiene que los pensamientos humanos—desde las posiciones políticas y las creencias religiosas hasta los trucos publicitarios y las tiras de cómics—están construidos alrededor de ciertas ideas nucleares como el espacio, la fuerza, la dominación, el parentesco, y la contaminación. Echa un vistazo alrededor y te darás cuenta de que las metáforas que usamos cada día se remiten a estos conceptos primigenios. Pinker pregunta cómo desarrollamos estas categorías cuando somos niños, cómo las aplicamos al mundo que nos rodea, y qué pasa cuando las aplicamos de modo inadecuado.
    Pinker trata de cuestiones científicas, como por ejemplo la manera en que el lenguaje afecta al pensamiento, y cuáles de nuestros conceptos son innatos—y también cuestiones procedentes de los titulares y de la vida cotidiana. ¿Por qué le preocupan tanto al gobierno las palabras malsonantes? ¿Cómo sobornan los lobbies a los políticos? ¿Cómo le sacan tanto partido las comedias románticas a las ambigüedades que hay a la hora de salir juntos? ¿Por qué tantos dramas sobre juicios giran crucialmente en torno a la cuestión de quién causó realmente la muerte de una persona? ¿Por qué los dos últimos presidentes norteamericanos [Clinton y Bush Jr.] se metieron en problemas a causa de las sutilezas semánticas de sus palabras? ¿Y por qué se llama spam al correo electrónico en masa?
      The Stuff of Thought marida las temáticas de los bestsellers anteriores de Pinker: el lenguaje (The Language Instinct, Words and Rules) y la naturaleza humana (How the Mind Works, The Blank Slate). Presenta material completamente nuevo, escrito en el estilo que hizo famosos a esos libros: usando explicaciones lúcidas de ideas profundas, presentadas de con ingenio irreverente, estilo elegante y un habilísimo uso de ejemplos procedentes de la cultura popular y la vida cotidiana.

1. Words and Worlds. Comienza el libro with a bang, con el ataque a las Torres Gemelas: y la cuestión es, ¿fue un atentado terrorista, o dos? Cuestión de semántica. Pero el mundo está hecho de semántica, y grandes sumas de dinero en seguros, etc., dependían de la manera en que se conceptualizase el fenómeno. El lenguaje es la herramienta que utilizamos para conceptualizar el mundo. Pero, a la vez, el lenguaje, incluso en sus elaboraciones más abstractas, hunde sus raíces en la experiencia humana corporal, física, concreta: "Un rasgo de la mente que encontraremos repetidamente en estas páginas es que incluso nuestros conceptos más abstractos se entienden en términos de situaciones concretas" (3). Y otro énfasis al que nos lleva el libro lo encontramos en su definición de semántica (que es the stuff of this book)—la semántica no sólo va sobre "cosas" o "significados" sino también sobre crear comunidad, establecer compromisos y arbitrar entendimiento mutuo entre las personas:

"La semántica versa sobre la relación de las palabras con la realidad—la manera en que los hablantes se comprometen a una manera compartida de entender la verdad, y sobre la manera en que sus pensamientos se anclan a las cosas y a las situaciones del mundo. Trata sobre la relación de las palabras con una comunidad—cómo una nueva palabra, que surge con el acto de creación de un solo hablante, llega a evocar la misma idea en el resto de una población, de modo que la gente se puedan entender cuando la emplean. Trata sobre la relación de las palabras con las emociones: cómo las palabras no sólo señalan a las cosas sino que están saturadas de sentimientos, que pueden dotar a las palabras con sentidos de magia, de tabú o de pecado. Y trata sobre las palabras y las relaciones sociales: cómo la gente usa el lenguaje no sólo para transferir ideas de una cabeza a otra sino también para negociar el tipo de relación que desean tener con su interlocutor" (3, traduzco yo).

El hecho mismo de que el lenguaje sea un instrumento del pensamiento quiere decir que no coincide con él de una manera determinista simple. El pensamiento es flexible, y permite concebir una situación de maneras distintas, describirla de modos diferentes...  Así, la mente puede concebir a la materia como un conjunto de objetos discretos ("salchichas") o como un agregado indeterminado ("carne"); en el tiempo, puede también recortarlo en actividades discontinuas e individuales ("cruzar la calle") o indefinidamente continuas ("pasear"). El lenguaje está saturado de metáforas subyacentes que permiten conceptualizar situaciones de modo creativo, articularlas, manipularlas mentalmente—metáforas como "los acontecimientos son (como) objetos" o "el tiempo es (como) el espacio". Y naturalmente pone Pinker mucho énfasis en la metáfora como el elemento de flexibilidad o no coincidencia entre lenguaje y pensamiento, el que permite al pensamiento, y al lenguaje con él, ser creativo y producir constantemente nuevas representaciones de la realidad.  Es una perspectiva cognitiva sobre la que ya hemos hablado aquí alguna vez, a cuenta de la teoría de la fusión conceptual desarrollada por Fauconnier y Turner —ver por ejemplo The Blending Website o este artículo de Turner que recomendábamos hace poco, "The Scope of Human Thought".

Otro ejemplo polémico y político usa Pinker para comentar sobre las relaciones entre palabras y realidad: la justificación de George Bush para la iniciar la guerra en Irak, alegando que el gobierno británico había sabido (learned) que Saddam había buscado conseguir (sought) uranio de Africa. Cosa que resultó ser falsa—pero la semántica de la oración presuponía que para Bush se trataba de hechos probados. "La gente son 'realistas' en el sentido de los filósofos. Están comprometidos tácitamente, en su uso cotidiano del lenguaje, con la veracidad o falsedad de ciertas proposiciones, independientemente de que la persona de quien se esté hablando crea que son verdaderas o falsas" (8). De modo que no hay una diferenciación fácil entre el lenguaje y el mundo al que se refiere, pues el lenguaje está imbricado en el mundo, y de hecho contribuye a hacer el mundo humano al que se refiere:

"Las palabras están atadas a la realidad cuando sus significados dependen, como en los verbos de hechos, de los compromisos que toma un hablante en lo referente a la verdad. Pero hay otra manera en que las palabras están aún más directamente ligadas a la realidad. No van únicamente sobre hechos del mundo almacenados en la cabeza de una persona, sino que están imbricadas en la trama causal misma del mundo" (9).

Así pues no concibe Pinker el lenguaje como una red autocontenida de símbolos (lejos de algunas nociones de pseudo-estructuralismo mal entendido). Las palabras no nos remiten sin fin unas a otrascomo en esta definición de diccionario:

endless loop, n. See loop, endless.
loop, endless, n. See endless loop.

—pues están conectadas a personas y cosas reales, no sólo a "información" sobre personas y cosas. Y esto hace que el lenguaje se use de maneras particulares, no sólo como información semántica transmisible, sino también en relación a sus usuarios, anticipándonos a lo que esperan, o a lo que saben o creemos que saben, con presuposiciones, sobreentendidos... que llevan a una compleja recursividad en la descripción de lo que pasa cuando usamos el lenguaje:

"Si un hablante y un oyente desentrañasen las proposiciones tácitas que subyacen a su conversación, la profundidad de sus estados mentales recursivamente insertos uno en otro sería mareante: el conductor ofrece un soborno [al agente para que no lo multe, en Fargo]; el agente sabe que el conductor le está ofreciendo un soborno; el conductor sabe que el agente lo sabe; el agente sabe que el conductor sabe que el agente lo sabe, y así sucesivamente. Así pues, ¿por qué no lo sueltan sin más? ¿Por qué hablante y oyente participan voluntariamente en una fina comedia de modales? (23)

A esto se dedica el capítulo 8—a la indirección en el lenguaje, requerida por la manera en que la gente debe salvar su rostro, preservar la respetabilidad de su identidad social, à la Goffman, planteando su postura a la vez que mantienen una vía abierta a la ambigüedad para no comprometerse en exceso si la cosa sale mal. Diplomáticos todos, manteniendo los protocolos que permiten que las relaciones humanas se mantengan. El lenguaje aparece así como un instrumento para expresar pensamientos y sentimientos, pero no debe confundirse con los pensamientos y sentimientos en sí. Pinker diferencia así las estructuras del lenguaje del uso social que se hace de ellas, y también diferencia el mundo representado por el lenguaje del mundo en sí. En particular, llama la atención sobre cómo nuestras maneras de hablar sobre el mundo se atienen a un imaginario cultural, compartido por otra parte ampliamente en diversas culturas, pero que es diferente del conocimiento científico sobre el mundo. Mediante las metáforas establecemos analogías entre aspectos de la experiencia y así nos orientamos en ella, pero a veces el camino que seguimos es erróneo:

"Nuestras palabras y construcciones revelasn conceptos de la realidad física y de la vida social humana que son similares en todas las culturas pero diferentes de los productos de la ciencia y de las disciplinas del saber. Están enraizadas en nuestro desarrollo como individuos, pero también en la histoira de nuestra comunidad lingüística, y en la evolución de nuestra especie. Nuestra capacidad de combinarlas en grupos mayores y de extenderlas a nuevos dominios por medio de saltos metafóricos contribuye mucho a explicar qué es lo que nos hace inteligentes. Pero también pueden las palabras chocar de frente con la naturaleza de las cosas, y cuando esto sucede el resultado puede ser paradójico, necio, e incluso trágico" (24)—hay mucho en juego en el uso e interpretación de las palabras.

El libro se sitúa pues en la línea de la polémica de Pinker contra el constructivismo—mostrando cómo las palabras no sólo hacen mundo, sino que son mundo y surgen de la naturaleza humana, una naturaleza humana que se halla enraizada en el cuerpo, en el tiempo, en las necesidades de la vida social y de la interacción, en suma en lo que somos. La evolución ha hecho al ser humano lo que es, y el ser humano y el lenguaje se han hecho uno a imagen y semejanza del otro: es el lenguaje no sólo parte de la realidad humana heredada, sino también un instrumento esencial en el uso y transformación de esa realidad humana, a la vez confinada a una naturaleza (que es lo que es) y emergente a partir de ella.


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2. Down the Rabbit Hole. Un importante aspecto cognitivo de la mente humana es su capacidad de representar o interpretar una situación concreta de maneras diferentes. Cada representación, observa Pinker, se construye alrededore de unas pocas ideas como "acontecimiento", "causa", "cambio", "intención"... Y luego, "Estas ideas pueden extenderse metafóricamente a otros ámbitos, como cuando contabilizamos acontecimientos como si fuesen objetos, o cuando usamos el espacio como una metáfora del tiempo" (26).  Cada idea tiene peculiaridades humanas que la pueden hacer útil para algunas cosas pero que también puede producir falacias o confusiones al extenderla a otros ámbitos.

Se centra Pinker en el aprendizaje infantil de los verbos. Un verbo es el núcleo alrededor del cual se organiza la sintaxis de las oraciones -- no sólo la expresión de una acción o un estado: "Es una armazón con receptáculos para atornillar a ellos las otras partes—el sujeto, el objeto directo, y diversos objetos indirectos y oraciones subordinadas" (31). El verbo encapsula información que organiza el núcleo de la frase y determina en gran medida su significado: eligiendo determinado verbo u otro, ya repartimos roles de agentividad o pasividad entre los individuos implicados. Aprender verbos significa aprender también las construcciones típicas en que aparecen.  Observando cómo aprenden los verbos los niños, vemos que regularizan irregularidades, generalizan, etc. El problema es la manera en que parecen aprender las excepciones aun cuando no se les corrige cada error. Pinker ve esto muy significativo, y le llevó a superar su chomskianismo, cuando comprendió que las reglas que seguimos para aprender y construir el lenguaje son reglas cognitivas y no sintácticas: es decir, las reglas de transformación no transforman la disposición de las frases en una construcción, sino algo mucho más abstracto—los esquemas cognitivos, o sea, el marco de representación de los acontecimientos que subyace al significado de las frases. Pinker examina unos ejemplos de construcciones locativas. "Cargar heno en el carro" vs. "Cargar el carro con heno". No son sinónimos, la segunda sugiere que llenamos el carro—hay un cambio de marco de representación, y entra en acción el efecto holístico, o de compleción. Que entra en muchas otras construcciones, y no es una propiedad del objeto directo, sino del concepto que se expresa como objeto directo. En sustancia: que la mente puede representar hasta el acontecimiento más simple desde perspectivas cognitivas diferentes. Una transformación de la naturaleza de algo puede concebirse, por ejemplo, como si fuese un desplazamiento espacial. Esto llevará a la cuestión del conflicto de las representaciones que hacen diversas personas del mismo acontecimiento.

Luego examina la semántica de verbos relativos al manejo de sustancias. En inglés se dividen en distintas subclases, según el tipo de movimiento o de contacto entre las sustancias—y estas clases tienen propiedades sintácticas distintas. Por ejemplo, verbos relativos a llenar un recipiente hasta los límites, o verbos de envolver un objeto alrededor de otro...  "Lo que nos dicen estas microclases es que ciertos aspectos de la geometría y de la física son lo suficientemente perceptibles para las mentes de los hablantes de inglés y determinan así cómo éstos interpretan y representan los acontecimientos" (55). Por ejemplo, los verbos de "embutir" suponen una fuerza aplicada a ambos cuerpos, y se pueden construir tanto con un objeto como otro en el sitio del objeto directo. Pero en los de "echar líquido", la gravedad interviene: el agente no actúa directamente sobre el recipiente, y no podemos decir pour the jug with milk. Así pues, examinando las representaciones que subyacen a estos verbos con sentido espacial vemos que "hay una capa más de conceptos que utiliza la mente para organizar la experiencia en el mundo: conceptos sobre sustancia, espacio, tiempo, y fuerza. Estos conceptos estimulan a la mente a unir acontecimientos que no tienen nada en común en su aspecto, olor, o tacto, y al parecer son muy importantes para la mente" (56). Otro ejemplo es la aspectualidad interna de los acontecimientos. Unos hechos o acciones se conciben como instantáneos, otros como durativos. Y otro más se encuentra en los verba dicendi o verbos de comunicación o de lenguaje—los verbos centrados en el mensaje permiten la doble construcción de objeto: ask a question to John o ask John a question, pero el inglés se resiste a aplicarla a verbos que especifican la manera de hablar (babble, blurt, murmur... ). Es como si la mente aplicase aquí al lenguaje la perspectiva de distintos tipos de ruido, en lugar de la perspectiva de enviar un objeto a alguien que es la metáfora subyacente a los otros verbos de comunicación.  Esto se llaman "metáforas gramaticales". Otro ejemplos serían "estar bien es poseer algo" o "ayudar a alguien es entregarle algo", que dan lugar a numerosas construcciones emparentadas a estas bases metafóricas. 


 
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