viernes, 7 de mayo de 2010

Con quién cooperamos


En el tren, camino de la oposición, me venía leyendo un interesante libro de Michael Tomasello, Why We Cooperate (Boston Review / MIT Press, 2009), que versa sobre algunas características únicas de la especie humana, centradadas alrededor de la naturaleza cooperadora de los seres humanos. Es esa vida social cooperadora la base sobre la que se asientan otras características humanas fundacionales, como son el desarrollo de capacidades simbólicas y del lenguaje.

 Tomasello hace experimentos comparativos con niños y chimpancés, y sus resultados indican que los niños son, de manera innata y no aprendida, más cooperadores que los chimpancés (que son biológicamente nuestros parientes más cercanos). Hay algunos elementos comunes de las actitudes sociales de humanos y demás primates, claro, pero el estudio también resalta estas diferencias de origen.

¿Rousseau o Hobbes? ¿Es el hombre por naturaleza un buen salvaje o un lobo para el hombre? El desarrollo social de los niños pasa de uno a otro, hasta ajustar el comportamiento e interiorizar las normas sociales (un proceso que puede durar toda la vida). Primero los niños son instintivamente cooperadores; luego aprenden a discriminar, y seleccionan con quién cooperan.

Parte de ese desarrollo es la obediencia a normas: leyes e instituciones son un desarrollo cultural único entre los humanos, y parte del desarrollo social del individuo se encuentra en la acción cooperativa en el marco de leyes e instituciones.

Toda cultura social y cooperativa tiene el problema de los parásitos y manipuladores: los free riders, los que se aprovechan del sistema y de las tendencias cooperadoras de los demás. O de las leyes, claro.

Y parte importante de la educación social humana consiste en aprender a distinguir a esos manipuladores del sistema, y defenderse de sus maniobras.

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Recuerdo un interesante experimento sobre la capacidad imitativa de niños y de chimpancés. Se trataba de un dispositivo para obtener comida en una caja: la comida iba precedida de un ritual inútil de manipulaciones; luego se podía coger la comida (y antes también, pero eso no se mostraba, pues la caja era opaca). Tanto niños como chimpancés aprendían rápidamente las manipulaciones requeridas. Al cambiarles la caja por una caja transparente, que revelaba lo inútil de algunas de las maniobras, el chimpancé se saltaba rápidamente los pasos innecesarios, e iba a por la comida. Pero el niño no: seguía repitiendo como un "repitemonas" todo el ritual previo. Paradójicamente, en algunos aspectos los humanos son, por tanto, mucho más imitativos. Dependemos más del aprendizaje social, la enseñanza, y la tradición, y de ahí que los niños interiorizasen tanto esas manipulaciones aprendidas, a pesar de su inutilidad. En este ejemplo puede parecer una torpeza, claro, pero a la larga una especie inteligente y que aprende absorbiendo los procedimientos enseñados logra acceder a un nivel de inteligencia superior al del mono que va a lo práctico por cuenta propia. La cultura es cooperación. También Sánchez Vidal, en su conferencia anteayer sobre la función de las ficciones, especulaba sobre la importancia suprema que debió tener el ritual y la repetición a la hora de cohesionar el precario universo simbólico incipiente de los primeros humanos.

Por cierto, Tomasello habla de cultura en varias especies animales, no sólo en los humanos. Hay cultura en cuanto "diferentes poblaciones de una especie desarrollan distintas maneras de hacer las cosas, basadas en el aprendizaje social". Así, hay poblaciones de chimpancés que usan herramientas, o que cazan, de maneras distintas a otras, no por su mayor inteligencia sino por su cultura diferente. Los seres humanos, por su parte, han desarrollado una amplia gama de nichos culturales cuya riqueza, variedad y complejidad no tienen paralelo. Hay otras culturas animales, pero la nuestra es diferente y superior, cuantitativa y cualitativamente. El desarrollo y la transmisión de conocimientos y tecnologías cada vez más complejos y dependientes de los anteriormente desarrollados y transmitidos abre un universo cultural específicamente humano. Esto sucede no sólo con las tecnologías (o con los idiomas) sino con las instituciones sociales. Todo ello descansa, explica Tomasello, en la "intencionalidad compartida", que supone "la capacidad de crear con otros intenciones conjuntas y compromisos conjuntos, con vistas a empresas cooperativas". Para ello son básicos tanto las capacidades innatas, como los procedimientos de enseñanza y aprendizaje, y las normas sociales relativas al orden y al castigo para quienes no cooperan.

Tomasello observa que estas habilidades especiales humanas surgieron en el proceso de construcción de nichos culturales específicos y en el proceso de coevolución genética/cultural. Así los humanos se crearon mundos culturales en el seno de los cuales funcionar eficazmente. Observemos que el individuo tiene que funcionar eficazmente en el seno de su universo cultural, y que a su vez esta cultura tiene que ser capaz de existir junto a (o contra) otras culturas, y funcionar en el marco natural / cultural que le permite la obtención de recursos para perpetuarse y adaptarse. Una teoría evolucionista "simplona" que nos hable de la adaptación al medio, de la lucha por la existencia o de la selección natural, etc., pero sin tener en cuenta este marco cultural en el que tienen lugar esa adaptacion, esa lucha y esa selección, está ignorando precisamente la ecología que es propia de la especie humana, una ecología cultural.

Los estudios experimentales de Tomasello sobre el carácter innato de la cooperación humana se apoyan en otros estudios al respecto de Elizabeth Spelke (uno de los expertos cuyos comentarios sobre las tesis de Tomasello cierran este libro). Spelke ha estudiado experimentalmente comportamientos sociales y cooperativos que son innatos en los bebés. (Aquí hay un artículo de Paul Bloom relacionado con esta cuestión: The Moral Life of Babies). Sobre esta cuestión de la cooperación y la competitividad hay que distinguir varios niveles, para no confundir las cosas y creer que estas tesis refutan las teorías darwinistas (en lugar de refinarlas y especificarlas). Todos los individuos vivos compiten por su supervivencia y reproducción, a un nivel primario. Las estrategias cooperativas surgen como modo de optimizar esa supervivencia mediante la acción social concertada. Y, en una fase ulterior, estas estrategias cooperativas de los animales sociales requieren afinarse para evitar el problema mencionado del parasitismo.

Es decir, los niños cooperan de modo innato, como señala Spelke, por pertenecer a una especie innatamente social, pero en una fase de desarrollo un poquito más avanzada aprenden a seleccionar con quién cooperan, para no ser explotados. (Aunque aquí hablamos de generalidades, claro, y es fácil argüir que muchos adultos nunca aprenden a distinguir en qué relaciones sociales están siendo manipulados y explotados por otros individuos que utilizan estrategias sociales más refinadas y egoístas que las suyas).

A Tomasello no le gusta mucho hablar de "altruismo"—prefiere el término "cooperación". Pero en fin, también usa "altruismo" en este sentido, para hablar de tres tipos básicos: pueden compartirse con los demás a) alimentos (u otros bienes), b) servicios, o 3) información. En los tres tipos de cooperación (en un contexto tanto puramente altruista como de beneficio propio y ajeno) los niños pequeños cooperan o ayudan de manera mucho más consistente y fiable que los simios, y las diferencias son especialmente llamativas en los casos en que no obtienen en principio ningún beneficio inmediato.

Es de notar que los simios (los chimpancés para Tomasello, pero también los bonobos, que son menos agresivos y competitivos) cooperan mucho menos que los pequeños humanos en casi cualquier contexto. En el nivel informativo, observa Tomasello que los simios no señalan a los objetos para pasarse información: aunque pueden aprender a hacerlo en un contexto humano, tampoco entonces lo hacen de modo altruista, sino más bien en casos en los que indican algo que les va a beneficiar directamente. Ni siquiera comprenden la función puramente informativa del acto de señalar a algo. Es éste un caso muy claro en el que la capacidad de intencionalidad compartida, y la orientación cognitiva hacia un objeto distinto de los dos "interlocutores", se basa en modalidades de acción cooperativa. Esto parecería sugerir que el lenguaje (u otros modos de comunicación simbólica) descansan sobre protocolos previos de cooperación internalizados, antes que al revés.

Se remite varias veces Tomasello al principio de cooperación de Grice como un fundamento básico que permite cualquier otro tipo de comunicación: los otros me pueden ayudar informándome de cosas relevantes no sólo para ellos, sino también para mí. Los monos no se informan unos a otros de esta manera—ni siquiera a través de los gritos de alarma, arguye Tomasello, aunque en este punto su razonamiento es menos convincente. Yo diría más bien que hay pocas cosas de las que monos y simios puedan informarse unos a otros de modo cooperativo. Los monos y simios (y otros animales) obtienen mucha información de la observación del comportamiento ajeno, tanto de sus coespecímenes como de otros animales, pero no llegan a desarrollar una intencionalidad comunicativa a no ser muy rudimentaria y en general limitada a avisos de peligro, llamadas de auxilio, peticiones de rascamientos, invitaciones o solicitudes sexuales, de alimento... De hecho, una intencionalidad tan limitada no es distinguible claramente de la interpretación desarrollada en interacción con un comportamiento instintivo.

Los niños aprenden a mentir después de haber desarrollado los principios de la cooperación y la confianza. La mentira y otras formas de explotación se edifican sobre la base de la confianza mutua y de la veracidad. (Aquí Tomasello no parece dejar mucho lugar a un análisis desconstructivista de las nociones de verdad y mentira: por muy imbricadas que puedan estar en unas relaciones sociales complejas y elaboradas, en el nivel básico y primordial se encuentra la cooperación social, y la explotación o la mentira son fenómenos derivados, no primordiales).

En este comentario sobe "Language, Mind-Reading and Cooperation" sopesaba yo las teorías que priman la inteligencia social y la cooperación, frente a las que priman el desarrollo del lenguaje precisamente como impulsor de ese universo social (pues así podrían interpretarse las teorías de Bickerton sobre el origen del lenguaje). En realidad no hay ninguna oposición tajante: la especie humana podía ser extremadamente social y cooperadora previamente al origen del lenguaje, por necesidades ecológicas, y el posterior desarrollo del lenguaje no haría sino potenciar la inteligencia social y la construcción de universos culturales específicos.

Un aspecto importante del libro de Tomasello es la manera en que muestra cómo las acciones humanas, aunque parezcan puramente individuales, son institucionales, y están mediadas por un sistema social de valoraciones y normas. Así, por ejemplo, los chimpancés buscan maximizar el beneficio propio y en los experimentos consiguen la comida que pueden sin preocuparse de si es justo que a otros les den más. Simplemente maximizan su beneficio. Los humanos, en cambio, muy pronto muestran que sus acciones están mediadas por un sentimiento de justicia que es social o institucional—por ejemplo, en los juegos de ganar o perder apuestas (o comida) frente a un abusón, los humanos prefieren no ganar nada, y castigar al abusón, antes que conformarse con un poco y que el otro se lleve casi todo. No hay instituciones o normas similares entre los animales. (También es cierto, me dice la Dra. Penas, que algunos humanos aprenden a actuar como los chimpancés, y a conformarse con lo que les cae, renunciando a nociones de justicia...). Las normas humanas no sólo regulan la interacción: son normas constitutivas, que crean hechos no brutos sino institucionales. Searle ya hablaba de esto en Speech Acts; y la noción de la acción lingüística individual como algo mediado por la colectividad se encuentra en Bajtín. Aquí se extiende esa noción a toda acción humana. Para Tomasello, los niños pequeños pronto dan señales de comprender que actúan con este tipo de reglas, y pronto desarrollan una racionalidad social de un modo que no hacen los animales. No es sólo que los humanos sean sensibles a presiones sociales de diversos tipos, sino que también revela "un tipo de identidad grupal y una racionalidad social que es inherente a todas las actividades que conllevan una intencionalidad compartida, de 'nosotros'" (44).

Se remite Tomasello al concepto de Thomas Nagel (The Possibility of Altruism) de la identificación con el otro, una intersubjetividad inherente, podríamos decir, a la comprensión. Y esto crea una perspectiva humana propia que es la "visión desde ninguna parte" o comprensión del yo como otro. (Habría que relacionar esto con la fenomenología de Ricoeur y Lévinas). Desde el punto de vista de la teoría narrativa, me interesa esta "visión desde ninguna parte" como modalidad del punto de vista: vendría la voz narrativa omnisciente y anónima, característica de la ficción realista clásica, a ocupar la posición de la pura racionalidad social, y a darle expresión. La ficción narrativa puede entenderse así, desde un punto de vista biolingüístico o evolucionista, como un juego de perspectivismo social que nos es muy propio, muy próximo a lo que nos hace humanos. (Y concurrimos aquí una vez más con la visión de Brian Boyd, On the Origin of Stories, o con la de Agustín Sánchez Vidal en su reciente conferencia sobre el por qué de las ficciones).

Los niños pasan en su desarrollo de la identificación con "Otros significativos" (familia y amigos) a la identificación con un "Otro generalizado" o grupo social, político... (los términos son de G. H. Mead; Tomasello también se refiere someramente a Goffman en su noción de afiliación grupal). La identificación con un grupo ha sido una dinámica evolucionista potentísima que ha hecho a los humanos lo que son. La cooperación se da no indiscriminadamente, sino en el seno de un grupo social en el que se coopera. (Eso no quiere decir que no podamos cooperar con un miembro de otro grupo, claro, pero—y esto sí lo muestra bien Goffman—la propia identidad social del individuo se delimita en el seno de un grupo social y subgrupos laborales o afiliativos—mediante sus rituales, modos de interacción, espacios e instituciones.

Los niños nos sólo internalizan las normas sociales, sino que inmediatamente participan en su aplicación y la exigen. Aquí corrige Tomasello a Piaget que subestimaba esto. Y arguye que el altruismo humano deriva de la mutualidad en las actividades colaborativas. No procede la cooperación del altruismo, sino al revés. Los humanos primitivos, desarrollando una ecología de cooperación mutua, hubieron de volverse más confiados y menos egoístas que los simios, y desarrollaron normas sociales que asignan un status deóntico a los roles sociales institucionales. La acción humana es colectiva, es interacción, es inherentemente social, y así se crean expectativas mutuas, derechos, obligaciones, identidades sociales reguladas. Volviendo al concepto de Nagel de la "vista desde ninguna parte", en una interacción social, podemos decir que esa perspectiva que trasciende el egoísmo primigenio es característica de los humanos:

"Así, desde la perspectiva de ambos participantes, las actividades colaborativas humanas se realizan mediante roles generalizados que potencialmente son desempeñados por cualquiera, incluyendo el propio sujeto. Algunos filósofos llaman a esto 'roles de agentividad neutra'" (68)

—y aquí sí podemos remitir a la teoría de Goffman de los roles sociales, de la identidad del sujeto social humano como una serie o conjunción de roles. Y entenderemos así cómo estos roles—y con ellos nuestra identidad—están socialmente definidos y son en muchos casos rápidamente intercambiables, asumibles o susceptibles de ser aparcados o supeditados a otros.

La atención conjunta se desarrolla, dice Tomasello, unida a un objetivo común. Luego desarrolla formas desvinculadas de objetivos cooperativos (el lenguaje, por ejemplo, es un potente instrumento orientador de la atención a objetos no presentes)—en una fase posterior:

"Pero al principio, tanto en la filogenia como en la ontogenia, la atención conjunta sólo se da en el contexto de un objetivo conjunto, lo que hemos llamado atención conjunta de arriba abajo (top-down), ya que los objetivos de los actores determinan la atención" (70)

La propia estructura de la acción, conjunta pero con roles divididos, da lugar a una fragmentación perspectivística sobre ella, pues cada uno de los actores desarrolla su propia perspectiva sobre la acción:

"De hecho, la noción misma de perspectiva deriva de tener primero un foco atencional conjunto que luego podamos ver de manera diferente (si no, vemos simplemente cosas totalmente diferentes). Esta estructura atencional de doble nivel—con foco de atención compartido en el nivel superior, diferenciado en perspectivas en el nivel inferior—es directamente paralela a la estructura intencional de dos niveles de la propia actividad colaborativa (un objetivo común con roles individuales) y en última instancia deriva de ella" (70)

(Estas observaciones, me parece, tendrían una interesante aplicación al análisis de la perspectiva narrativa—siendo una elaboración secundaria de la acción, en el seno de esa modalidad de atención conjunta que es ya de por sí la narración, atención conjunta a un mundo virtual recreado conjuntamente por el narrador y los interlocutores. La perspectiva u orientación general (visual, informativa, ideológica, etc.—ver Uspenski) de la narración se fragmenta en perspectivas de nivel inferior que sin embargo están comprendidas en el mismo marco colaborativo general de la acción narrativa).


Para Tomasello, los grandes simios no entran en relaciones de atención conjunta, ni hacen lecturas mentales recursivas. Esto me parece un poquito precipitado como interpretación suya. Evidentemente, la atención conjunta de los simios es limitadísima comparada con la humana, como lo es su teoría de la mente. Pero de ahí a decir que carezcan totalmente de ella, va un paso que creo que Tomasello recorre precipitadamente. Un chimpancé ve un mono, en la caza, y colabora con otro, pero de un modo primitivo, dice Tomasello: no hay pruebas de que el chimpancé sepa que el otro chimpancé le ve ver el mono. Y sin embargo en otros experimentos he leído que los chimpancés son capaces de disimulo, frente a otros, para ocultar que han visto comida que el otro no ve. Eso parece indicar un grado de reflexividad interpretativa mayor del que sugiere Tomasello. Nos dice que los simios no han desarrollado atención conjunta porque no participan en actividades con fines comunes que requieran comunicarse para establecer objetivos comunes. (Quizá la caza sea una excepción. Y habría que detenerse más en sus rituales de interacción social, espulgamientos, sexo, etc.—me parece un tanto precipitado Tomasello en este aspecto).

En suma, observa que los humanos desarrollan modos de cooperación comunicativa (como señalar) antes de desarrollar el lenguaje, y que así debió ser en un origen. La inteligencia social, la lectura mental de intenciones, y la cooperación en fines comunes, precedieron al lenguaje—y fueron el requisito previo o la base para su aparición. En la observación del desarrollo de los niños ve Tomasello indicaciones generales claras sobre el desarrollo que debieron seguir las modalidades de cooperación en la evolución humana.

Podría parecer que esta teoría contradice en cierto modo a la de Deacon o a la de Bickerton sobre el origen del lenguaje—pues (dentro de un marco general de coevolución entre el cerebro y el lenguaje) estos autores parecen dar la prioridad al desarrollo del lenguaje, que luego "arrastró" el desarrollo cerebral. Pero en realidad no hay tal contradicción, creo. Bickerton postula el principio del lenguaje en unos seres no mucho más inteligentes ni con mucho más cerebro que los chimpancés actuales, pero que sí tenían ya una intensa vida social mucho más cooperativa que los simios, y en una ecología totalmente diferente que requería una intensa cooperación grupal. Es el mismo condicionante ecológico que imagina Tomasello:

"De hecho, creo que el contexto ecológico en el seno del cual se desarrollaron estas habilidades y motivaciones fue una especie de recolección de alimentos cooperativa. Los humanos sufrieron algún tipo de presión selectiva para colaborar en su obtención de alimentos—se volvieron colaboradores obligados—de una manera que no sucedió con sus parientes primates más próximos" (75).

El blanco de los ojos de los humanos, que revela la dirección de la mirada, es un indicador de un entorno social cooperativo: "anunciar la dirección de mi mirada para que la vean todos es algo que sólo podría evolucionar en un entorno social cooperativo en el que no era probable que los otros lo explotasen en detrimento mío" (76). En ese entorno se desarrollaron las bases de la moralidad humana, como la tolerancia, la disposición a compartir, y la confianza mutua—como requisitos para la acción cooperativa que permitía la supervivencia del grupo. Y esto requirió sin duda también una temprana acción policial:

"como las sociedades de cazadores-recolectores tendían a ser igualitarias, y los abusones con frecuencia sufrían ostracismo o muerte, los humanos sufrieron una especie de proceso de auto-domesticación, en el que los individuos muy agresivos o muy adquisitivos eran eliminados del grupo como malas hierbas" (84)

De hecho ya entre los simios se da una forma primitiva de "moralidad" en este sentido—pues tienden a evitar espontáneamente a los que menos comparten o menos colaboran, para evitar ser explotados. Es una modalidad de exclusión social que anticipa las instituciones humanas que regulan la cooperación, como las leyes y castigos.

Cita Tomasello los estudios de Hrdy sobre el cuidado cooperativo de los bebés—otra tarea necesaria en la ecología humana (la madre chimpancé cuida el 100% del tiempo a su cría, la humana cerca de un 50%). A ello se suma, en proceso retroalimentativo, la infancia cada vez más prolongada de los protohumanos, a medida que el desarrollo cerebral desmesurado hacía nacer crías cada vez más indefensas. Toda una serie de procesos anatómicos, mentales, sociales y ecológicos, mutuamente interdependientes, llevó a desarrollar un universo humano cooperativo.

"En algún momento de la evolucón humana, se hizo importante que los individuos de un grupo se comportasen todos igual: surgió la presión a favor de la conformidad. La motivación inmediata aquí es ser como los otros, ser aceptado en el grupo, ser uno de los 'nuestros' que constituyen el grupo y que compiten con otros grupos". (93)

Y así surgieron las culturas, y las tribus, y las tribus urbanas, y los idiomas, y las leyes e impuestos y reclutamientos forzosos, y los aparatos ideológicos del Estado y de la clase, y los equipos de fútbol. La imitación y la conformidad son para Tomasello principios de primer orden en la formación de la humanidad y su evolución.


"La razón es que la imitación y la conformidad pueden crear altos grados de homogeneidad intragrupal y de heterogeneidad intergrupal, y a una escala temporal mucho más rápida que la de la evolución biológica. Debido a este hecho peculiar—que presumiblemente no es característico de ninguna otra especie—se hizo posible un nuevo proceso de selección grupal cultural. Los grupos sociales humanos se volvieron máximamente diferenciados uno de otro en lenguaje, vestido y costumbres, y compitieron uno con otro. Los que tenían prácticas sociales más eficaces prosperaron en relación a los otros. Esta es presumiblemente la fuente de la mentalidad humana de inclusión y exclusión grupal, que los investigadores han mostrado que está activa incluso en infantes muy pequeños" (94).

Y en ello seguimos, y de allí la extraordinaria potencia de las dinámicas de grupos que regulan la pertenencia a ellos de los sujetos, los rituales de conformidad, y las modalidades aceptables de la acción del sujeto en el seno del grupo. La teoría de la acción en grupos de Goffman, grupos éstos que estructuran al sujeto desde dentro, es un complemento útil de estas observaciones de Tomasello. La identificación de los humanos con la humanidad es siempre un potencial abierto: estamos abiertos a la colaboración. Pero con quienes cooperamos es con los miembros de nuestro grupo, definido en círculos concéntricos cada vez más difuminados. Procesos sociales que podrían parecer patológicos—como la furia religiosa, el racismo, el partidismo cerril, o el nacionalismo excluyente—llevan a veces a marcar una de esas líneas concéntricas con especial énfasis, y a reestructurar los límites de la cooperación. Por imitación y por espíritu de grupo. Pero hay que reconocer que estas particulares políticas de chimpancés no son sino humanas—demasiado humanas.

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PS: Un vídeo de Redes, "Somos primates (2)", con Michael Tomasello:







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