sábado, 26 de diciembre de 2009

Hypertext in Hindsight


Por la red encuentro esta reseña que escribí hace trece años del libro de George P. Landow, Hypert-Text-Theory (1994)—está junto con otras del número de 1997 de la Miscelánea, que también editaba yo por entonces—incluso en edición electrónica. Aquí hay otra versión más legible que colgué más adelante, cuando la edición electrónica desapareció de la web. Ahora ha reaparecido mejorada.

Landow era profesor en Brown University, y cuando estudié allí en los ochenta ya pude ver algunos de sus montajes hipertextuales, como The Victorian Web, una base de datos hipertextual que ya entonces, offline, proporcionaba la ilusión óptica de lo que años más tarde sería navegar por la web, con integración de texto e imágenes, enlaces hipertextuales, y archivos multimedia. Tenían en marcha, en el Centro de Semiótica, varios proyectos hipertextuales, algunos de creación, otros de teoría en plan duro, empezando por lo que se llevaba entonces que era Derrida. Pero yo me limitaba al word y al Mac, que bastante trabajo me daban por entonces—eh, que hablamos de los ochenta, la era de la pantalla negra y letra verde para mucha gente.
La Web, que haría Internet manejable para la mayoría de la gente, se inventó pocos años después, generalizando los hipertextos de una manera que no habría soñado ni Ted Nelson fumao. Sobre todo con la llegada de los elementos "hágaselo usted mismo" de la Web 2.0, como este Blogger en el que escribo, y ya a nivel generalizado con el "se lo damos todo hecho" de Facebook, que podríamos considerarlo la Web 3.0: pronto ya tendrá uno su propia granja virtual generada de oficio, donde tu avatar irá currando sin que te lo mires siquiera, y carteándose con los avatares de tu red social.


Pero esto quedaba muy lejos allá por los principios de los 90. Cuando Landow escribía estos primeros libros ni siquiera pensaba en Internet—la base del hipertexto era un sistema de archivos autocontenido en un ordenador, tipo Hypercard. Ya en mi reseña me extrañaba a mí la ausencia de referencias a Internet—que se convertiría por supuesto en el hipertexto, pero eso pocos o nadie lo veían venir hasta hace quince años. Hace trece años ya decía yo esto:


Internet es, por supuesto, el hipertexto por excelencia, y se echa en falta en este volumen [en Hyper/Text/Theory] una teorización de las modalidades hipertextuales en red y de los programas de búsqueda (web browsers), entre los que destacan actualmente el Navigator de Netscape y el polémico Explorer de Microsoft. Las capacidades técnicas de las herramientas actualmente en pleno desarrollo serán un condicionante importante de las formas que asuma la hipertextualidad en los estudios literarios como en otros campos (un efecto saludable de la hipertextualidad será favorecer la interdisciplinariedad). Como algunas posibilidades de desarrollo interesantes, mencionemos los buscadores "inteligentes" o personalizados que seleccionan la información preferida por el usuario a lo largo de las diversas sesiones, o bien sistemas de transformación automatizada de texto electrónico en hipertexto mediante el establecimiento sistemático de conexiones e información en el marco de un servidor, de un conjunto de servidores seleccionados o en el conjunto de la red, mediante sistemas estadísticos más o menos personalizados. El Word 97 de Microsoft, por ejemplo, ya incluye la posibilidad de editar un documento como hipertexto, y el Netscape Communicator está equipado para permitir al usuario medio la edición de páginas HTML.

Qué tiempos. Enseguida aparecerían sistemas como los que yo "predecía", en la forma de los sistemas de blogs como Blogger o Blogia, los detectores de enlaces que dieron lugar a Google, los agregadores como Technorati, la sindicación RSS, los retroenlaces, la integración con los avisos por correo electrónico... luego las redes sociales—y el resto es historia contemporánea.

Aunque en realidad el enlace hipertextual no es sino una de las interfaces que hicieron esto posible: Internet ya era en sentido amplio un hipertexto, pues para el usuario, lo esencial era no el hipertexto como tal o el html, sino la integración de un comando y una información ordenada, en forma de texto—y esto lo daban las interfaces de correo electrónico, los primeros buscadores por feos que fueran, los foros de noticias y discusión en red, y toda una serie de sistemas que venían a converger en el ordenador: el hipertexto y la web serían uno más, y el que acabaría enmarcando y organizando a los demás. Pero esto no lo sabía ni Berners-Lee: la Web es un bonito caso—uno de los más llamativos—de serendipia exaptativa—William Gibson fue uno de los pocos que había visto, en Neuromante, algunas de las extrañas posibilidades contenidas en esta conectividad universalizada. Pero ahora mismo están pasando, sin duda, cosas extrañas en la red, cuyo significado no terminaremos de ver nunca, pues llevamos un desfase con el presente y con el futuro que posiblemente contiene.

Allá por el 93 no teníamos en mi facultad ni correo electrónico: mi hermana lo tenía en Ciencias, y yo no acababa de captar su importancia. Pero de todos modos fuimos con la Dra. Penas a exigir que nos cableasen, y pronto llegó el plan de Ethernet de la Universidad hasta nuestros Macs. Y una de las primeras cosas que hice fue poner en red mi bibliografía, con mucho texto pero poco hipertexto—gracias al programita ftp Fetch y a la ayuda de Sergio Salvador que me enseñó a manejarlo. Como hipertexto era la cosa mínima y precaria, desde luego: el propio finder del ordenador hacía de interfaz de búsqueda... a mano. Luego, en una versión más organizada, y ya con una portada en html, puse la bibliografía en el servidor de la Facultad que llevaba Luis Julve. Y siguiendo los consejos de éste compré un Adobe PageMill que permitía hacer páginas web sin saber HTML—el antepasado del Kompozer que utilizo ahora, y por supuesto de las mayores maravillas WYSIWYG que son los sistemas de blogs y las redes sociales. Con esta aplicación me dediqué de momento no a hacer diarios en red, que no estaba yo por la labor, sino a hacer la versión electrónica de la Miscelánea, y también la primera página web de mi departamento, aunque entonces esto no le interesaba a nadie y no había el menor interés (como no lo hay ahora tampoco) en hacer la información más accesible.

Luego, con el nuevo milenio hubo (para mí) un colapso de varios años al irse Luis Julve y entrar en precario el servidor de la Facultad. No pude modificar contenidos durante años, allí rabiando y haciendo paciencia a ver si volvía a buenas la cosa... hasta que me animé a hacer lo que tenía que haber hecho desde el principio, y me migré con la bibliografía y todos los aperos al Centro de Cálculo de la Universidad, donde me dieron un espacio del cual me temo que abuso, pero me aguantan de momento. Allí empecé el año 2004 a colgar en red mis publicaciones, y empecé la primera versión del blog que estamos leyendo. Aunque inmediatamente me pasé a los sistemas automáticos que habían aparecido entretanto—a Blogia, y a Blogger, empecé más a pedales, reproduciendo con desfase la evolución que habían seguido las cosas fuera de mi horizonte. Luego me abrí un fotoblog en Flickr, un videoblog en YouTube... y apareció Facebook, que succiona e integra todos estos sistemas—y a toda la gente: este año se ha apuntado toda mi familia a Facebook, aunque yo llevaba años ahí esperándoles en solitario sin red social en la red social. Y aún soy el que más postea, creo, pues ahí van a parar las cosas que pongo en otros blogs.

En el caso de este blog elabora Facebook un duplicado automático—con unas versiones un tanto patateras de lo que encuentra en él, pero va mejorándose: igual un día hasta aprende a poner guiones largos. Los vídeos de YouTube que pongo en mi blog se los salta, pero por otra vía pasan allí automáticamente sin problemas, al igual que las fotos de Flickr. Así que mucho adelantado tiene Facebook para convertirse en el agregador universal en red. Aquí el que más integra es el que se acaba llevando el gato al agua—only connect, que decía E. M. Forster, y no sabía ni lo que decía.







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