domingo, 19 de julio de 2009

Ecología prospectiva

He retomado la traducción de La filosofía del presente, de G. H. Mead, que dejé colgada cuando me enteré de que publicaba una traducción un profesor de filosofía de Navarra, Ignacio Sánchez de la Yncera. También me deprimió un poquillo perder, hace un año, varias decenas de páginas de mi traducción en un lápiz USB que me olvidé en un ciber, y que nadie tuvo el detalle de devolverme. (Buitres carroñeros...).

A estas alturas he terminado el tercer capítulo, "La naturaleza social del presente". Mead comenta algunos fenómenos emergentes que le permiten relacionar la teoría de la relatividad y el surgimiento del pasado y del futuro como fenómenos accesibles a la consciencia (y, por complementariedad, del presente que no es ni pasado ni futuro). Me ha llamado la atención, en su definición de cómo los organismos vivos dan lugar a un entorno con su acción, un aspecto emergente de este entorno. Es interesante porque permite encontar en G. H. Mead un fundamento o formulación filosófica para la teoría de los nichos ecológicos. La idea fundamental es que la relación entre el ser vivo y su entorno es dialéctica o de retroalimentación (algo en realidad implícito en la idea misma de ecología). Es decir, que el ser vivo no sólo se adapta a su ambiente, sino que adapta su ambiente a él, y eso hace surgir nuevos fenómenos (emergentes) que para John Odling-Smee, Marcus Feldman, y otros proponentes de esta teoría, son uno de los motores principales de la evolución. Los seres vivos no son pasivos, sino que intervienen activamente en su propia evolución, diseñando su entorno y diseñándose así a sí mismos, el único diseño inteligente que interviene en la evolución. Esta teoría tiene la ventaja de que permite repensar la evolución humana como un proceso de autoconstrucción, pues en los humanos este fenómeno adquiere unos niveles realmente espectaculares. Hace poco comentaba un aspecto de esta teoría de la generación de nichos ecológicos en relación a la teoría del origen del lenguaje de Derek Bickerton.

Lo interesante de G. H. Mead es cómo introduce esta cuestión de la emergencia y de la prospeccción, del futuro que será, en su definición de lo que constituye un entorno ecológico. El futuro, implícito en los objetos del entorno a través de nuestra capacidad de acción sobre ellos, carga de valores y sentidos a ese entorno. Este mismo proceso, de por sí, contribuye a dar estructura a la experiencia temporal, a contrastar presente y futuro. Esto es muy obvio en el caso de los humanos, los seres que desarrollan una experiencia temporal más compleja, pero también es así en menor medida para organismos más simples.

La filosofía de G. H. Mead es para los pensadores evolucionistas un paso intermedio muy sugestivo entre las concepciones de Herbert Spencer, a quien parece haber leído con atención sobre estas cuestiones de vida, consciencia y entorno, y el pensamiento ecológico contemporáneo, que viene a añadir importantes matices al darwinismo clásico o al de la síntesis: matices especialmente relevantes en el caso de los seres vivos y conscientes, que mediante su reacción al entorno, y mediante la generación mental de un futuro, intervienen como agentes en en su propio diseño y destino.

Spencer, en su teoría general de la evolución expuesta en First Principles, no trata sino muy someramente de la evolución biológica, pues pretende establecer los principios generales del conocimiento y desarrollar una teoría general de la evolución de todos los fenómenos, no sólo los biológicos, sino también los físicos en general, cosmológicos, geológicos, y pasando más allá de los biológicos a los sociales, económicos, culturales, y psicológicos. Pero por el camino sí que encuentra tiempo para hablar de la adaptación del ser vivo al entorno, y viceversa, como un factor en la evolución. El viceversa es lo que más me interesa resaltar en este post. Traduzco un fragmento del capítulo sobre "Equilibration", donde habla de cómo los procesos evolutivos tienden a pasar por una fase de equilibrio dinámico relativamente estable. Aquí habla de la adaptación de costumbres, pero el mismo razonamiento lo aplica a todo tipo de adaptación entre un individuo y su entorno:

"Unas verdades generales similares se manifiestan en el proceso de la adaptación moral, que es una aproximación continua al equilibrio entre las emociones y los tipos de conducta requeridos por las condiciones que lo rodean. Al igual que el repetir la asociación entre dos ideas facilita el que una sea excitada por la otra, de la misma manera la descarga de sentimientos en la acción vuelve más fácil una descarga subsiguiente de tal sentimiento en tal acción. Así sucede que si un individuo se sitúa permanentemente en situaciones que requiren más acción de determinado tipo de la que se ha requerido hasta entonces, o de la que le viene por naturaleza—si por cada vez que la realiza de modo más frecuente o más duradero bajo tal presión, la resistencia queda algo disminuida, entonces, claramente, hay un progreso hacia un equilibrio entre la demanda de este tipo de acción y su producción. Ya sea en sí mismo, o en sus descendientes que continúen viviendo bajo tales condiciones, la repetición forzosa debe al final producir un estado en el que este modo de dirigir las energías no le sea más repugnante que los otros modos que antes eran naturales a su raza." (§ 456)

Spencer es heredero de la gran tradición de la economía política, de la que tanta inspiración derivó Darwin—la "mano invisible" de la selección natural viene a ser una versión de la mano invisible del mercado descrita por Adam Smith. En Spencer, pues, también encontraremos una reflexión sobre la economía como un proceso evolutivo que no sólo adapta la cultura humana al entorno natural, sino que también adapta el entorno natural a la cultura humana.

"Una tribu de hombres que vivian de los animales salvajes y de la fruta estará, está claro, siempre oscilando de un lado a otro de ese número medio que pueda mantener el lugar en cuestión. Aunque, mediante una producción artificial mejorada sin cesar, una raza superior continuamente altere el límite que las condiciones externas le ponen a la población, sin embargo siempre hay una retención de la población en el límite temporal que se haya alcanzado." (§ 457).

Es decir, el ser humano, en sus culturas avanzadas, sí modifica deliberadamente su entorno, y lo construye según sus necesidades. Esta concepción proactiva del entorno pasa fácilmente de un contexto económico humano a un contexto adaptativo en general: "Tanto en el organismo individual como en el organismo social, la equilibración de funciones genera equilibraciones de estructuras" (§ 458). Spencer no llega a formular esta teoría con precisión en lo que respecta a la relación entre las especies y su entorno. Su definición de la adaptación enfatiza que "las fuerzas nuevas que han venido a actuar sobre el sistema, han sido compensadas por las fuerzas opuestas que han despertado" (§ 452). Esta definición no deja claro si, en el caso de un ser vivo en un entorno, el entorno queda modificado, o meramente contrarrestado. Pero sí podría considerarse que la teoría de la adaptación del ambiente al ser vivo se deduce, implícitamente, de la formulación general que da Spencer de los múltiples efectos a que da lugar una colisión de fuerzas (en este caso, la del ser vivo y la de su entorno). Según esa definición general, la acción provoca una reacción que transforma la fuerza inicial: en este caso, que transforma el entorno. Una fuerza externa modifica una entidad determinada (un "agregado", dice Spencer), pero los resultados de esta composición de fuerzas son complejos, y resultan cambios que afectan a la fuerza incidente, cambios tan numerosos como los que se producen sobre el objeto sobre el cual actúa la fuerza. (First Principles § 156).

La teoría de la evolución de Spencer, por tanto, favorece, por tanto, un concepto complejo y recíproco de la relación entre el organismo y el entorno, que resulta en una modificación mutua: algo que se vuelve muy claro en el caso de la acción intencional humana sobre el entorno. Esta concepción quedará más explícitamente desarrollada en la teoría del entorno expuesta por G. H. Mead en The Philosophy of the Present, que enfatiza el papel de la consciencia, incluidos los niveles de consciencia básicos, en la interacción dinámica y proactiva del ser vivo con su entorno.







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